lunes, diciembre 11, 2006

Peatonal

El escándalo que armaron los del barrio no sirvió, porque igual cerraron la calle para hacerla peatonal. Adoquinaron la entrada. Pusieron grandes macetas de barro en las que hubieran cabido cómodamente dos o tres personas. No sembraron nada. El barrio tenía suficientes árboles y arbustos. Los maceteros fueron para despistar. Pero no despistaron a nadie.

Se esperaba que los del 303, que tenían tres autos y un pariente importante en la municipalidad, se quejaran. Ahora debían dar todo un rodeo para llegar hasta su garaje. En cambio, aunque pusieron mala cara, no dijeron ni media palabra. Dejaron el escenario a cargo de las señoras de los negocios, la tienda de ropa de niños y vestidos de novia, la pastelería, el salón de belleza, que juraron que la nueva disposición las perjudicaba, y pegaron pancartas en las vitrinas de sus pequeños locales.

Sin embargo, la modificación procedió porque la municipalidad tuvo el apoyo de al menos uno de los vecinos. Las hermanas del colegio de niñas, que ocupaba media manzana, dijeron que estaba muy bien, que eso era zona escolar y así estarían las estudiantes más seguras, y firmaron el documento que les fue presentado, con lo que hubo argumento suficiente.

Las hermanas, que habían sido un referente en el barrio, se convirtieron de este modo en el enemigo. El resentimiento fue grande.

La costurera se negó a hacer más trajes de escolares. La pastelería se negó a seguir proveyendo a las hermanas. Ni el salón de belleza ni los vestidos de novia pudieron hacer amenazas, así que pronto desistieron a la causa. Por supuesto, los uniformes se hicieron en otro lado, y las compras de panes y pasteles también; pero desde ese momento, la línea blanca que señalaba la división entre los dos carriles -y que en una peatonal resultaba prácticamente inútil-, se convirtió en la muralla del barrio. Ni las monjas ni las estudiantes pudieron cruzar sin sentir hostilidad.

Lo curioso es que nadie lo dijo. Nunca salió en ninguna conversación. No hubo declaraciones de guerra, simplemente los unos asumieron que los otros tomarían alguna represalia. Y así fue. Entre la gente que se conoce mucho a fuerza de costumbre, suele suceder que asumen que los demás harán tal o cual cosa, y aunque esto parezca tener un buen margen de error, en realidad no se está poniendo en juego casi nada, porque a su vez el otro sabe lo que se estará esperando de él, y por orgullo actuará en consecuencia.

Las monjas tampoco compraron nada más en esos negocios, ni lo intentaron siquiera. Las jóvenes percibieron esto, y evitaron en lo sucesivo cruzar la calle. La modista dejó de comprar tela a cuadros amarillos y verdes. La pastelera dejó de preparar el helado que las estudiantes consumían en la tarde.

Cuando el municipio volvió a la carga, siete meses después, para poner un parterre en mitad de la calle y adornarlo con palmeras, nadie dijo nada. Se obtuvo todas las firmas, incluso cuando más ya no eran necesarias, y a pesar de que no es una planta nativa, y por lo tanto no llegaron más que a la mitad de su tamaño natural, y no dieron más que unas cuantas hojas amarillentas, contribuyeron a reforzar una ilusión óptica: cada cual ve su lado de la calle como el único, y detrás de esos árboles puede bien haber un muro, o el fin del mundo, o un espejo, igual da lo mismo porque nadie se acuerda de volver hacia allá la mirada.

lunes, diciembre 04, 2006

A casa

- Veinte años, al quince por ciento.

- ¿Quince?

- Señor Guardia, acuérdese que no me está presentando la documentación completa... Ambos nos estamos haciendo un favor.

Constanza lo estaba esperando afuera, de pie. No le habían dejado ni una silla para sentarse. Luego tenían que irse derechito al hospital porque a Valentín no se lo podía dejar mucho tiempo solo.

- Mire, este tipo de inmuebles generalmente no entran a consideración, mal ubicado, apenas construido...

Les había costado catorce años construir esa casa. Les iba a tomar veinte volverla a recuperar.

- Ni siquiera le estoy pidiendo un garante. Ahora que, si no le conviene, bien puede buscar dónde le acepten una hipoteca en esas condiciones.

Salieron y llamó un taxi. Mandó a Constanza de vuelta al hospital, con la parte del dinero adelantada. Pensó en regresarse a pie hasta la casa. Pero no llegó más allá de seis o siete cuadras. De repente no tenía sentido avanzar, retroceder, fijarse o no en la luz roja, la luz verde. Pesaba mirar al frente. Ni parpadear era necesario, mirando al borde de la calle.

Había mucho tráfico. Valentín y Constanza esperaban en el hospital. Notó que empezaba a mirarlo la gente.

miércoles, noviembre 29, 2006

Call center

Todo lo que pido es un minuto, ¡un minuto!, para irme a sentar aunque sea en el parqueadero, y maldecir a todos y cada uno por estar ahí, por hablar, por respirar, por hacerme la vida más complicada. He tratado de contentarlos, he tratado de negociar, he tratado de chantajearlos, de conmoverlos, de comprarlos, de amenazarlos, de ignorarlos... Y estoy harta de sus nombres, de sus requerimientos, de sus llamadas de última hora.

No, en caso de reclamación, ingresamos su solicitud y tiene que esperar a un plazo de cuarenta y ocho horas para que se efectúe el cambio...

No pensé que venir a trabajar en un centro de llamadas consiguiera hacerme perder los estribos a la tercera semana. Ni siquiera de profesora tuve que aguantar tanto. El que dijo que los niños son pruebas de paciencia, no sabe lo que es atención al cliente. No sabe lo que es tener a cargo a una veintena de operadores incompetentes. O un sistema nefasto que se cae cada dos por tres, no sé qué hacer, señora Alicia, no sé qué hacer, y claro que no saben qué hacer, pobres criaturas mal graduadas, ¿qué creía que estaba haciendo el jefe de personal cuando los contrató?

Alicia, eso es lo que tenemos, es el techo que me pusieron; bachilleres contables, no más...

Ni en esos años en la publicidad, trabajo satánico como el que más, tuve tantos deseos de tomar la cabeza de alguien y estrellarla contra la pared. Me descubrí apretando los puños en frente de Zaira, una chica con la carita como la de mi sobrina la menor, que a su vez ya lloraba por un lío con un señor al que le había llegado mal su pedido. Y carita de niña y todo, la satisfacción que me hubiera dado despedirla, al menos... Conseguir que dejara de llorar e hiciera algo útil una vez en su vida.

Tengo que volver. No van a verme así. A Zaira diré que la reubiquen donde sea, no me interesa en mi departamento. La reunión, ¿era a las cuatro, o las cuatro y media?

lunes, noviembre 20, 2006

exequias

Ya casi no faltaba nada. Más que don Mario apareciera con la plata para terminar de pagar lo de la sala. Los invitados ya se estaban poniendo nerviosos. Hacía rato que esperaban poder salir. Y cada hora aumentaba el costo. ¿Dónde estaba don Mario?

Los sobrinos miraban el techo, miraban las flores, miraban el suelo, todo menos mirarse entre ellos o a otros, porque evidentemente, se esperaba que fueran ellos los que se pronunciaran. No el viejo don Mario, que quién sabe qué mecanismos tendría que emplear para conseguir el dinero y terminar de pagar el alquiler de aquel espacio. La alimentación de la gente la había cubierto él. Las flores y la música las había pagado él. (Los sobrinos se habían quejado que el mariachi había sido de muy mal gusto). Solo faltaba que el resto de la ceremonia lo terminara pagando don Mario.

Las tías, que permanecían sentadas juntas, afanándose una a una las flores de los arreglos y escondiéndolas en sus bolsos con aroma a alcanfor, miraban en derredor con desconfianza, y murmuraban lo sospechoso que era que un amigo se preocupara tanto por otro, después de tantos años. Que don Mario siempre les había parecido un poco raro. Más que un poco. Rarísimo. No era posible. Que se interesara en esos detalles cuando ya era tan viejo que no le quedaba más que pensar en símismo. O al menos eso decían las tías, no tan viejas pero muy pendientes cada cual de sus propios asuntos. Lo que era, sin embargo, extraño, es que a ninguna de ellas le pareciera fuera de sitio que alguien que no fuera de la familia estuviera haciendo el gasto, mientras que la sangre joven rondaba en torno a la puerta, con las llaves en la mano, lista para irse a la primera señal de que podían hacerlo.

Solo faltaba don Mario.

Pero don Mario no apareció. Y dieron las doce, y el administrador se acercó a intentar llamar la atención de alguno de los sobrinos. Y dieron las tres, y los menos disimulados se despidieron. Y dieron las cinco, y los nervios de la familia ya no podían más, ¿dónde estaba ese viejo irresponsable?

Veinte antes de las siete, los de la Junta vinieron a decir que, a menos que cancelaran todo y un extra, la sala tenía que ser desocupada para alojar otro funeral. Las tías se morían de vergüenza. Los sobrinos, discutiendo cuánto le tocaba a cada uno, empezaron sudar frío. Cuatro muchachos de camisa blanca y corbatas azules fueron a desmontar el féretro.

Alguien notó que estaba ligero, el muertito.





En el cementerio general, don Mario observaba mientras terminaban de pintar las letras y la fecha en la lápida. Empezaba a soplar el viento, y el pelo que llevaba un poco largo le hizo cosquillas en la cara, y se acordó de algo, y rió un poco.

(En realidad, diremos que pensó, que nunca le había dado la dirección de la bóveda a los sobrinos.)

lunes, noviembre 13, 2006

Freda

La señora Tai saca siempre a pasear a su Freda, con correa puesta. Los Muchachos de la Esquina la miran con ansias, no a la señora, sino a Freda, que se pavonea ignorante de la naturaleza de los los pensamientos que despierta.

Es capricho de la señora Tai el salir con Freda todas las mañanas, y exhibirla ante vitrinas, ventanas, puertas y contenedores de basura, y ofenderse ante los comentarios de los vecinos que le preguntan: ¿cuánto por la gallinita?

Freda no sabe porqué es tan apreciada, pero de algún modo lo percibe. Sabe que la cuidan, sabe que le despluman las alas cada quincena, sabe que no puede comer semillas que no le sean ofrecidas por su dueña. Siente que la miran, y a su vez juega a no mirar nada, ni siquiera a Marcuccio, el perro de la sastrería que la escruta pero no le ladra. No es una gallina curiosa, si los ojos están a los lados es una cuestión puramente práctica. Los lleva entrecerrados en actitud lánguida.

Mientras tanto, los Muchachos de la Esquina lanzan apuestas, urden planes y ofertan premios al que consiga robársela.

No es misterio para nadie que, cuando la señora Tai entra a la farmacia, debe dejar a Freda atada a la puertita, porque el boticario le prohíbe entrarla. La señora Tai compra con un ojo en el mostrador y otro en la puerta, y Freda finge no notarla.

Los Muchachos de la Esquina ya han inventado una veintena de formas de guisarla.


Freda gorda, Freda alada, Freda blanca.


Pero ese día, que llega el camión verde verde, y los Muchachos se desbandan, y el boticario corre, y todos muestran documentos, y la señora Tai sale a la calle sin fijarse en nada, Freda se queda sola, y parpadea extrañada de que nadie esté ahí para mirarla. Luego, se calma.

Un papeleo, tres arrestos, y siete llantos después, la señora Tai llama a su Freda en vano. Los Muchachos cruzan los dedos, cruzan la calle, cruzan la cuadra, cruzan por nada.



(Marcuccio no sabe guisar, pero eso no importa. Freda gorda, Freda Freda, Freda blanca.)

lunes, noviembre 06, 2006

coincidencias

A Veruca Triana no le gustan los viajes largos. Sabe que tendrá que aguantar seis o siete horas en aquel bus, al lado de un completo desconocido, quizá una de esas personas que se duermen enseguida y terminan apoyándose en su hombro. Cuán desagradable.

Llega temprano, cuando el bus está vacío, para asegurarse un asiento que le parezca menos incómodo. No le gusta ir junto a la ventanilla, la marea mirar por la ventana y se siente atrapada si hay alguien entre ella y el pasillo. Deja sus cosas y vuelve a bajar del bus. Cuando regresa, hay alguien ya ubicado en el asiento al lado del suyo. Es una jovencita, le parece. Tendrá la edad de sus hijos. O menos. ¿Qué hace ahí sola?

No está sola, o al menos no tanto. Dos chicas le hacen señas al otro lado del pasillo. Le dan una botella de agua y le piden algo. Ella se niega y mira por la ventana. Veruca Triana no la culpa, se siente bastante mal estar en medio de la conversación. Espera que la chica no quiera hablar. No soporta a los extraños que empiezan a hablarte como si te conocieran.

La chica no habla. Se muerde las uñas y apoya la cabeza en la ventana. Tampoco se duerme. Lleva en las rodillas su mochila y un paquete de dulces. A Virginia también le gusta comer así, dulces, como a una niña pequeña. Pero Virginia es bastante más alta y delgada que esta muchacha. Y tiene el rostro más duro.

- Yo casi no voy a pasar en la casa, así que avisa cuando vayas a regresar.

Esas fueron las últimas palabras de su hija. No le ha avisado nada, por supuesto. Se pregunta dónde podrá estar. Pero de ahí no pasa, un interrogatorio a Virginia es la cosa más estéril.

La chica tiene unos brazos redondos, de piel lisa. Veruca mira sus propios brazos, delgados y llenos de pecas, y su propia piel le parece de repente tan frágil. Nunca hubiera utilizado esa palabra para hablar de sí misma. Se está volviendo frágil. Y neurótica. Virginia será un día como ella, probablemente. Una mujer mayor, hostil, desconfiada.

En el asiento de adelante al de la chica se apoyan dos manos diminutas, y luego aparece la cabeza de un niño. Veruca mira al nene, que le saca la lengua. La chica mira al niño, pero no le sonríe. El niño le sostiene la mirada. La chica abre el paquete y saca unas galletas que ofrece al niño, solo con un movimiento de cabeza. El niño asiente y toma las galletas. La mamá del niño, una mujer joven, aparece también y le indica a su hijo que diga gracias. Le sonríe a la chica, y entonces esta sonríe de vuelta. De improviso, se gira hacia Veruca y le presenta las galletas. A Veruca le sienta como si, mientras viera una película, los actores se volvieran para dirigirse a ella. Toma las galletas por inercia y recién cuando la chica ha vuelto a su ventana, con los restos de la sonrisa como olvidados en la cara, se acuerda de decir gracias.

Ahora que la ha visto a los ojos, Veruca Triana calcula que la chica debe tener la misma edad de Virginia. Solo que esta nena se vuelve y le sonríe, como la flaca nunca ha hecho en su vida. Su hija solo le sonríe a la cámara.

Veruca Triana se siente extraña, se palpa la cara y se da cuenta que está llorando, y se mira las manos mojadas como si fuera de sangre. Aunque la chica no está mirando, Veruca vuelve la cara hacia el pasillo para esconder las lágrimas.

martes, octubre 31, 2006

homónimo

- ¿Quién eres?

No sé, pero no se siente muy bien ser yo ahora. Duele. Quien quiera que sea yo, cualquiera que sea mi nombre, lo último que quiero es recordarlo. Era mejor cuando todo estaba oscuro y no tenía que pensar, solo flotaba en un espacio distinto a este, ajeno al frío y al dolor.

No me interesa quién soy.

(La identidad es un derecho irrevocable de los seres humanos. Copien eso y mañana lo traen cien veces escrito.)

Quiero volver a la inconsciencia. Donde estaba antes de que me despertaran con esto que es… ¿agua? ¿Era así como se sentía el agua?

(No me ha gustado nunca mucho el mar. Pero estas vacaciones van siendo buenas, ¿no, Melissa?)

La luz se ha convertido en una experiencia insufrible. Al principio me angustié pensando en la última vez que había visto la luz del sol, en mi familia, en el mundo allá afuera. Ahora me repugna cada vez que encienden la única luz de este lugar y me obligan a estar de frente a ella y a hacer memoria y a mirar, aborrezco quien yo era, lo que hacía, lo que pensaba y lo que amaba.

(Que se lleve a los niños. Que Melissa se lleve a los niños. Están llorando y no quiero que vean esto, ¡que se los lleve, que no me vean así!)

Me prometen, creen que me alegran al avisarme que si hablo van a dejarme salir de aquí. No quiero. No quiero volver a la luz nunca más. ¿Qué voy a hacer yo de vuelta? ¿Voy a recuperarme y a volver a mi antigua vida? Me dominan las náuseas de creer que pueda pasar, y solo quiero que acaben lo más pronto posible. Cuando llegaron a buscarme, cuando dijeron que iban a matarme, sé que tuve miedo, sé que me resistí. Como sé que me resistiría ahora con todo lo que me queda de fuerzas si intentaran de repente dejarme ir y devolverme a lo que yo era. Nadie puede volver a ser un padre, un jugador de ajedrez, un profesor de niños de escuela, no soporto pensar en esas cosas, tiza y pizarra, piezas de madera, cuentas que entonces estaba orgulloso de pagar… No tengo las respuestas que quieren, no sé de qué me hablan, no tengo fuerzas para inventar. Quiero dejarme ir, pero no me lo permiten. No conozco nada mejor que cuando se cansan de golpearme y se van, y recupero la nada, mi nada.



Vamos a sacarlo de aquí, ¿me oye? -es la voz del tipo de siempre, pero tiene algo que la hace menos convincente que antes.

–Le digo que puede irse.

Se ha arrodillado junto a mí y puedo ver las puntas de sus botas. No pienso moverme.

- Tiene que pasar por un papeleo, porque resulta que ha sido todo problema de homónimos, pero de haber sabido…

- Tenía que habernos explicado. ¿Por qué no nos dijo que no sabía nada?

Creo que me he vuelto loco. ¿Se puede volver a vivir después de ser un homónimo? No recuerdo haber sentido nunca tantas ganas de reírme.

belleza

Ustedes no entienden. Es verdad que le dije que le haría un retrato, pero no pensé que iba a costarme tanto. Necesitaba tenerla aquí, pero se rehusó a venir y a modelar. Me dio unas fotos. ¡Pero yo no necesitaba fotos! Necesitaba verla, oírla, un retrato es más que imagen, es sintetizar el aura de esa persona, su ritmo de respiración, los cambios de ánimo, ¡no soy cualquier retratista de parque! Usted sabe que acabo de ganar un premio, sabe que tengo prestigio, se lo puede decir cualquiera que entienda lo básico de arte.

Pero ella no quiso venir. Y entonces tuve que traerla. No le hice daño. Si usted la ve…

No pensé que lograra pintarla tan hermosa. No van a quitarle los pigmentos lavándola, ¿sabe? Es que le harían daño. Deben dejarla así, y fotografiarla… Todos van a recordarla en adelante como era, hermosa y joven, y orgullosa. Nadie podrá decir que se marchite porque yo la he inmortalizado. ¿Ha sido usted, alguna vez, una obra de arte? La gente del body paint, del happening, no sabe lo que hace. Ella está ahora fija en algo mejor que el lienzo, ella se irá al otro mundo con la belleza en el rostro.

Y se parecen tanto… Es que yo no sabía, ¿entiende?, no sabía que tenía una hermana.

lunes, agosto 28, 2006

destiempo

No es que lleguemos tarde. Es que vivimos a tiempos distintos, funcionamos en dimensiones alternas que se mezclan, y nos dan la ilusión de que sí existimos, todos juntos, en esta. No es que me llamaste justo cuando yo no podía contestarte; es que yo te contesté, pero tú ya no estabas, no coincidimos, cada quien recibió la señal en coordenadas distintas.

De vez en cuando hay accidentes, claro, y entonces se llama empatía. Y nos maravilla que alguien más esté ahí, y comprenda. Hasta que el tiempo vuelve a hacer de las suyas, corrige la falla, y cada quien retorna a su estado habitual de las cosas, a la confusión, al no entender, al miedo.


Por eso son raros los buenos propósitos que se realizan; porque para que aparezcan dos o más individuos con buenas intenciones, y se encuentren, y coordinen, y empaticen, y lleguen hasta el final sin que el tiempo detecte la anomalía, es que el tiempo tiene que estar muy ocupado.

Para las injusticias, sin embargo, no puede haber nada más fácil. Deje usted que dos o más personas, cada quien con su propósito, bueno o malo, se desencuentren al unísono. Verá cómo florecen sin que nadie haga nada.

lunes, julio 17, 2006

asistencia

- Oh, quién me diera una voz, un espacio, una audiencia...

- Creo que eso ya lo tienes.

- Elaboremos. Oh, quien me diera un amigo, un motivo de risa, un abrazo...

- Adivina qué. También está en la lista.

- Rayos. Quién me diera un nombre, un gusto, una perspectiva...

- Ídem.

- Caramba que lo tenemos todo. A este paso voy a tener que creerme afortunado, ¿y qué va a ser de mi elegía?

- No tenemos todo el día. ¿Por qué no pedir un ocaso, un horizonte, un barco...

- De una vez pide la luna. No. Esto debe tener gancho. Tocar fondo. ¡Dejar al mundo en lágrimas!

- Por mi parte, ya mismo lloro.

- Ah, calla, alter ego de poca fe. Ya vas a ver. ¡Pediré una tempestad, relámpagos, un mar embravecido!

- ¿Y caminar sobre las aguas?

- Y una sola y delimitada personalidad, y cero notas al pie de página.

- Ok, ya capto. ¿Y a quién, oh yo primigenio, pedirás tanta maravilla?

- Queda a criterio del lector. Hay que dejarle algo. ¿Qué quieres, que llegue al final del texto sin nada que preguntarse?

- Dirán que fue error de continuidad.

- ¿Y... si alguno no lo entiende?

- La comisión de excusas alegará hipoglucemia, y en caso de mucha presión, responderemos que esto no es más que un hobbie.

- ...

- Y apurándose, hermano, que creo que ya nos vieron. Voy a ver cómo te los distraigo, y de paso chequeo cómo va todo allá en obras. No me esperes despierto. Ahí te dejo.

duda

Me voy, no me voy, me he ido. ¿Quién dice que no acabo de cruzar la puerta, cerrarla, y respirarme la calle entera? Quién niega que estos pasos sean los míos y que soy yo quien se desvela. Tampoco encuentro quien me asegure lo contrario, quien marque cuántos metros me he alejado, quien atestigüe que no la he dejado intacta y sigo a su sombra, pensando en si me quedo, o me voy, si me he ido. Si me he abandonado, y en ese caso, cuál es mi nombre ahora, y qué me espera.

viernes, julio 14, 2006

vigía

Encuentro muy sospechoso que llegue justo ahora. ¿Qué estará tramando? Lo sigo, despacio, despacio, no dejemos que se dé cuenta. ¿Qué hace? Ah, busca un vaso. ¿Agua? Odia el agua. Algo pretende, lo sé. Ahora bebe. Lo sabía. de golpe, como si no quisiera sentir el sabor. Está fingiendo. Tramposo. Cree que no lo conozco. Sería mejor que no lo intentara.

Todos en esta casa creen que pueden escapar de mí. Pero sueñan. Yo, vigilo todos sus pasos. Sé dónde están. Lo que hacen. Puedo oír lo que piensan. Oh sí. Escucho caer como gotas cada idea, formar charcos, evaporarse.

Recoge un paquete. Se va. ¿A dónde? No trae las llaves. Sigue tratando de despistarme, pero no lo logrará. Regresa sin nada en las manos. Busca algo en ese rincón, mi rincón, ¡espera! No toques mi plato. Deja eso. Aléjate. Bien. Retrocede despacio. Te he visto. No creas que se me escapa nada. Soy el amo y señor de este lugar. Todos me temen. Me regreso a mi sofá, me estiro, me enrosco, me adormezco. Ya no hay más ruidos. Cierro los ojos, pero sigo alerta. Tengo que cuidar de todos ellos. Respiran, roncan, murmuran. Pero están seguros. En la mañana, alguno me acariciará la panza, y me harán homenajes, y me volveré pequeño y mimado. Pero solo durante el día.

miércoles, julio 05, 2006

milagroso

El viejo príncipe estaba harto. Todos lo creían tan sabio e iluminado que no tenía un momento de paz. Debía permanecer día y noche expuesto, para que cualquiera que necesitara de sus consejos pudiera acercársele. Y había tantos. No podía comer, no podía dormir, no podía beber. El viejo príncipe tenía fama de asceta, y lo que llevaba era la vida de un condenado.

Hasta que apareció un día, junto al escabel donde sus pies supuestamente descansaban, un aparato oblongo, negro y frío, orlado de gotas de distintos colores. El viejo príncipe oía para entonces la desesperante historia de un viejo mercader que no sabía si invertir todo cuanto había ganado en su último negocio, o solo las tres cuartas parte, o solo la mitad, porque no era seguro de si ganaría el doble, o el triple, o céntuple...

El viejo príncipe se agachó y recogió ese extraño objeto inanimado, y tocó uno de los múltiples ojos redondos. En ese momento, los lloros del mercador desaparecieron, aunque el hombre seguía allí, seguramente calculando su posible ganancia. Entonces el príncipe miró a su alrededor, y con una suave presión de su dedo, apagó el sol, que a diario le quemaba. Apagó las voces de los que esperaban en largas filas para pedirle ayuda. Apagó los pájaros, que armaban tanto escándalo. Apagó su nombre para que nadie se acordara de buscarlo. Y apagó, apagó, apagó uno a uno todo lo que durante días y noches lo había hecho miserable, a pesar de su corona real, y sus doradas galas.

Y luego permaneció durante largo tiempo sentado, en la oscuridad, escuchando cosas insospechadas. A las hormigas. A los gusanos. A las cigarras.

viernes, junio 23, 2006

ella no tiene nombre

Se ha quedado sola y no tiene amigos. Cree que le va a gustar pasar así una temporada. Entonces se busca una radio vieja y la pone. No sintoniza bien. Pero hay un par de programas que hasta se entienden. Pasan música antigua, de esa que escuchaba el padre, cuando vivía con ella. Pasan pocas propagandas.

Como se ha quedado sola, no tiene que llamar a nadie, ni nadie quien la llame. Tampoco tiene teléfono. Guarda los números de sus amigos en un papel que ha puesto en medio de un libro, y a veces, cuando está distraída, la garabatea. Ya los números ni se entienden.

Cuando hace mucho frío, pasea por la habitación hasta que le duelen las piernas. Entonces se sienta a mirar por la ventana. En la calle, apenas si se ve pasar gente. Cuando llegue la temporada en que hace sol, saldrá a caminar un poco. Ahora es mejor estar ahí, las paredes son grises, la calle es gris, y sus pensamientos, que a veces intentan volverse lilas vuelven, poco a poco, a engrisarse. Cuando salga, quizá, algo de sol la ayude a disiparse, y se convierta en humo, y desaparezca, como ese vapor que ahora muere apenas se estrella contra los cristales.

martes, junio 20, 2006

disculpas

Todo esto ha sido una equivocación. Yo no quería decirlo, porque pensé que se solucionaría solo, y he estado dejando pasar el tiempo para que no te sintieras tan mal. Pero no ha sido así. En primer lugar, todas esas conversaciones con ella, todo lo que dijimos, fue porque queríamos reírnos, de algo, de alguien, y tú eras lo que se nos ocurrió en ese momento. No te voy a mentir, fue muy divertido, con todo y lo idiota que te parezca que trate de justificarme así. Pero en ningún momento pensamos en lastimarte. Porque de verdad, no es que piense mal de ti, yo te respeto, en serio, solo que… A veces uno dice cosas estúpidas, hace pedazos a alguien, sin que sea nada personal, solo por diversión, ¿tú nunca lo has hecho?

Supongo que no.

Pero ya sabías que nosotras lo hacíamos, otras veces nos escuchaste hablando de otras personas, a ti mismo te fastidiamos un par de veces, pero te repito, no es que nos cayeras mal, solo pasó.
Luego ella decidió pasarles esa conversación a los otros.

Jamás me lo preguntó, nunca lo mencionó siquiera, si me lo hubiera dicho, yo te juro que nunca hubiera pasado, me las habría arreglado para convencerla de que no.

¿Me crees?

Aunque no me creas, puedo entender si tú, si después de todo, tú ya no me quieres hablar, porque yo en tu lugar tampoco desearía vernos ni muertas.

¿Estás enojado?

¿No?

Sería bueno saber qué es lo que piensas.

Ya te digo que te entiendo, pero por favor, dime algo. Ese es el problema contigo, nunca se sabe qué estás pensando, qué sientes, tienes que abrirte, no puedes dejar que la gente piense que no te afecta nada, porque entonces, entonces… algún imbécil como… como nosotras…

Debes odiarnos. Y estás haciendo que me deteste a mí misma.

Es obvio que no vas a hablar, pero igual, ya te dije lo que pasó. Ojalá te sientas mejor y después, si quieres, si te animas, podemos estar conversando. No te digo con ella porque obviamente, no vas a querer, y además yo tampoco tengo ganas de verla, pero…

Ya me voy.

No ha sido fácil esto pero igual quería verte. No soy tan idiota, sabes. O sí soy una idiota pero al menos lo estoy reconociendo. Ha sido una pena todo, todo.

Nos vemos.

lunes, junio 05, 2006

deo

¿Han visto qué lindo este lugar? Es mi favorito para venir a tomar un descanso. No hace ni mucho frío ni mucho calor, ni mucho viento ni mucha calma, ni mucha bulla ni mucho silencio. No hay demasiado de nada.

Me vengo todas las tardes, después del cafecito, a instalar aquí, y a veces creo que me quedo dormida, pero no sabría decir si es un parpadeo o son horas, cuando despierto apenas si ha cambiado el cielo. Me gusta mirar la ciudad, toda, las partes bonitas y las partes feas, como una niña que no se ha lavado bien la cara y quiere regresar cuanto antes a seguir con sus juegos. Hasta cuando no lo intenta, es hermosa.

Dicen que esa reja que está ahí, junto al muro, lleva a un cementario. Pero no veo cruces, no veo ángeles. Está cubierta de hierba, y todo lo que alcanzo a ver son montoncitos de piedras. Son para los no crédulos, me parece, o así me lo dijeron, ya se me empieza a olvidar. Entonces la gente ni cuando se muere es igual, no es lo mismo un muerto que cree -sabrá Dios en qué- que uno que no cree -sospecho que ahí también es Dios el único que sabe-.

Me pregunto en qué creo yo, y en si me está permitido imaginarme a mi propio Dios, mi deidad sin rostro y sin rumbo fijo. Un Dios que ríe y que llora, que se complace en lo ridículo y en lo sublime. Que no se queda quieto. Que cuando está triste se queda en silencio, y cuando entra en cólera, se traslada a lo más profundo hasta que se olvida del percance. Me gusta mi Dios, así como lo pienso, con sus preguntas incontestables y sus respuestas personalizadas. Con su hacerse cargo y su saber callar.

Se me hace que mi Dios es distinto, muy distinto al de los otros hombres y mujeres. Así debe ser. También yo soy diferente. Por eso es único, y por eso es el mismo. Mi Dios tiene cabello y ojos oscuros, no demasiado alto, y habla en castellano. De seguro eso ofende a los otros tipos raciales y lingüísticos. A mi Dios no le molesta. Como hace tiempo que me conoce, ya aprendió a leer todas mis letras, sabe que no lo estoy etiquetando. A veces, se detiene y se sienta a mi lado, y me observa. Se complace en verme repetirlo, contemplando el mundo que hemos construido sobre el mundo que él primero construyó. Hasta se complace en verme perdida en mis universos ficticios, porque sabe por experiencia propia lo bien que se siente.

jueves, junio 01, 2006

sueño dos

Volví la noche anterior, y me encerré en mis ojos mientras esperaba que alguien lo notara. Nadie me hizo caso, y permanecí parcialmente ciega, recordando la rutina de la gente, la ubicación de las cosas, mis ruidos favoritos. Oí golpear suavemente unos dedos en la ventana. Sin darme cuenta, estaba de pie. Mi madre me llamó en ese momento desde la cocina, y volví sobre mis huellas para evitarla.

jueves, mayo 25, 2006

un sueño

Así como ahora hablo contigo, bien puede ser que estés soñando, y yo no sea más que el residuo de tu imaginación. Es la tercera noche que vengo, y repito ese discurso extraño que no sé si es mío o me lo has impuesto. Como no puedo estar segura del tiempo, ni de dónde estamos, te pido, deja que me vaya. Esto de ser imaginaria cansa.

miércoles, abril 12, 2006

Sí, oe

Y quién iba a decir que esa sería mi última palabra. Si lo llegaba a saber, si me daban tiempo, si alguien hubiera compadecido de mí como para darme una pistita, tendría como epitafio unas memorables últimas palabras. No sé, “no me lloréis, mi alma flotará en el infinito”, o “debí haber pagado ese seguro de vida”, “las llaves de la caja fuerte están en mi abrigo azul, el más viejo”, o “no quiero flores en el velorio porque atraen a las moscas”. Cualquier otra cosa. Pero no: “¿me dispararon, oe”?

¡Claro que te dispararon, idiota! Será por eso que ya estás bien muerto, y tus deudos mandaron a pintar en la tumba semejante tontería. El que debe estar riéndose a carcajada limpia ahora es el Matías, que siempre dijo que a ti tendrían que avisarte que te morías, o no te enterabas.

Bueno, ya estoy enterado. Voy a hacer lo posible para que me cambien esa vaina. Lo malo es que mi mujer como es media beata seguro que me manda cantar nosecuántas misas, quién sabe el tiempo que haya que esperar para que quiera saber si tuve otra cuenta bancaria, o tuve otros hijos, y empiece a contratar un médium, y entonces pueda volver a decirle la frase que ahorita mismo estoy pensando. No, mejor que se tome su tiempo, esto hay que decidirlo con calma.

Difícil esto de encontrar epitafio. Además me preocupa no ser el único. Quién hubiera dicho que me encontraría con tanto tarado en mi misma situación, sin haberse despedido como se debe. Con tal que ninguno se quiera pasar de listo y colarse cuando me toque el turno. Como ese calvito que está allá, ese que se queja como perro atropellado, que parece ser (me lo dijo el flaco ese que se pasa de chismoso) que sus últimas palabras fueron “mi vida, ¿eres tú?”, antes de que los ladrones lo mandaran a formar parte de las estadísticas.

Imagínense eso en su lápida.

No te rías. Que la tuya tampoco es que es gloriosa.

Por eso tengo que esperar, ¿cuánto tiempo más se tardará Emilia? Lo que más me preocupa es que según parece, hasta ahora no me hacen ni el réquiem. O sea, ¿a qué espera? No es que me sirva de mucho, pero a este paso jamás van a dejar de recordarme con dolor -cosa harto comprensible- como para querer comunicarse conmigo. Ya llamaron al narco este que había dejado no se qué listado pendiente. Al carnicero ese que nunca le reveló a su socio el contacto con los criadores de caballos. A la vieja esa frufrú que no hizo bien su testamento. Y yo, nada. Mientras tanto, aquí el encargado este que me tiene odio, no hace más que pasar el video del sepelio, incluida la pintada de las letritas que como son medio raras, casi ni se entienden. ¿Me dispararon, oe? Eso dice en mi bóveda. Solo a mí se me ocurre.

martes, marzo 21, 2006

vigilia

Es que no es posible. Recuperarse, caerse, tratar de estar bien otra vez. Ni un día de sanidad y vuelta a la misma locura. Irse a dormir sintiéndose como quien ve la luz al final del túnel. Y despertar consciente de estar peor que antes. Prometerse que mañana, mañana, mañana...

¿Cuándo fue la última vez que no me dormí para evadir nada?

Dejar el despertador puesto, el teléfono encendido, la angustia activada. A mitad de la noche, con los ojos cerrados, chequear las salidas de emergencia, el cuarto de la madre, los gatos, las plantas.

Todos perdidos sin mí, frágiles sin mí; levantarse por eso con ligeras pisadas, revisar las sombras detrás de los cuadros, soplar telarañas, y volverse a la cama con el pelo revuelto y las pupilas difusas.

Menos mal que la luz sigue apagada.

viernes, marzo 17, 2006

monstruo

Podría admitirlo, pero ¿y si no quiero? Podría quedarme callada escuchando, escuchando... Puedo también mirar de hito en hito hasta acabarme la luz, o dejarme sola y salir por la ventana.

Pero voy a ir. Voy a dejar que me llegue el eco de los disparos y después, recogeré las balas melladas. Miraré si dejaron marcas, pero más por rutina que nada. Me voy aburriendo del ruido, y entonces un día me iré, solo que estoy esperando, te aviso cuándo.

Ayer, escuché las sirenas y me asomé a la ventana. Con tanta lentitud que al llegar, ya todo había pasado. La calle estaba vacía. El ruido seguía allí, obstinado. Los demás se habían ido. Yo vi chirridos de llantas, gritos de hombres, murmullos de la gente. Vi la respiración agitada de una mujer que luego tosía. Vi un goteo que no sé que era, contra el asfalto, tic, tic, tic. Desesperante como era, hipnótico como era, cerré la ventana y me puse a ver otros sonidos dentro de mi propia casa. Pero calculé mal y escuché mi memoria, mi propia memoria, arrastrándose como un lagarto que acaba de darse un banquete y se retuerce de incomodidad y de hartazgo.

Por eso tuve que salir, y vine a verte. No soportaba el silencio, dime lo que quieras, canta lo que quieras, golpea las pareces, ríe, susurra; aunque al final todo sirva para alimentar a ese monstruo que avanza lento y asfixiante a medida que envejezco, y que regurgita recuerdos sobre mis días. Y que ya no quiero.

lunes, marzo 06, 2006

Caín

Ese hombre no es mi hermano. Si fuera hermano mío, miraría por lo menos como yo; tendría en la nariz las arrugas estas que llevo yo por mi descontento. Así, con esa cara de asombro, no lo reconozco.

Me niego, me niego, me niego, es una completa vergüenza que ni siquiera pueda uno andar por la calle tranquilo sin que venga alguien y le pregunte ¿es este su hermano?, como si yo tuviera la obligación de contestarle, como si yo tuviera la obligación de siquiera mirar a ese pobre infeliz que tal vez también espera que yo conteste que sí, y no, mi respuesta es no, mil veces no, no sé quién diablos es.

Por favor, deje de molestarme. ¿No le cansa dar todos los días la misma vuelta para encontrarme y preguntarme si un nuevo desconocido es hijo de mi padre y mi madre? Como si eso importara, como si importara y encima yo se lo fuera a decir a usted.

Por si acaso, yo no tengo hermanos, ninguno. Los he dejado a todos atrás, así que ya no son míos. Ni lo fueron nunca; no sé lo que significa míos ni lo que significa hermanos, no sé por qué alguien diría eso, porqué alguien creería que porque nos criaron juntos, ya tendríamos que admitirnos para siempre; yo no creo en eso, no he visto ni uno, jamás, mirarme y devolverme esa desconfianza, ese rencor inmediato y creciente con que los veo a todos, porque no nos parecemos, no nos pareceremos jamás. No tengo hermanos, así que de una buena vez, piérdase y deje de preguntar.

jueves, febrero 09, 2006

opinión no solicitada

Serás feliz
pero rara vez te darás cuenta.

Echarás a perder palabras
momentos
potenciales amistades
hojas de papel
tu hígado
relojes
principios de historias
consejos
intentos de insultos.

Vas a coleccionar risas
y aprenderás a diferenciar entre unas y otras
pero todas te gustarán
en especial
la que te nace lenta, oscura y deliberada
y termina cuando tú quieres.

Vas a tener frío
distintos tipos de frío
pero siempre moderán igual
dolerán igual
fíjate bien en las marcas de sus dientes
en la profusión de la sangre
de tu sangre
pero no hay veneno.

Imitarás a otros
luego te darás cuenta y arrancarás la página
y a los que quieras, le darás el crédito.

Te imitarán
pero no te darás cuenta
ni te lo agradecerán.
Ni te hará falta.

Vas a pasar por alto
la mayor parte de lo bueno
pero aún así
abre bien esos ojos
que no digas después que no te he advertido.

Sin embargo, habrá dos o tres instantes bien fijos en tu memoria
y no voy a cobrártelos
son todos tuyos
y puedes volver siempre que quieras
pusiste tu pie encima, y cada vez que los mires te sentirás temerario.

Escucha a los otros
a veces, hasta te dirán algo.
Escucha todo
no creas mucho
y no pienses que te mienten
te están contando una historia
sopésala
y si es buena, sopla alrededor de ella
te quedarán uno o dos granos de verdad.
Atesóralos y devuélveselos un día, y contempla sus caras.

Si vas por un pasillo estrecho
y sientes que te ahogas
rompe la pared
quién sabe qué encuentres al otro lado
quizá una salida
quizá otro encierro
quizá nada.
Pero la habrás roto y te sentirás poderoso
y de ahí, irás como si nada te pesara.

Aún tengo mucho que decirte
pero no quiero cansarte, joven viajero.
No es subestima:
soy aún más joven que tú
solo que pasaste
y quise hablarte.



(Sé que de alguna manera estoy plagiando esto, pero no recuerdo a quién; en todo caso ahí va un reto, y espero que el intento sea satisfactorio, o al menos no se diga que aquí corrió.)

miércoles, febrero 08, 2006

¡bu!

El miedo hoy me ha regalado un salto sin paracaídas. No me importa lo que pase después. El miedo me va a regalar un escalón falso. Veamos dónde me lleva. El miedo me ha regalado dos libras de sonrisas extrañas. Las estoy regalando, a todo el que pasa.

martes, enero 24, 2006

excusas

Sorpresa, sorpresa. Debajo del tercer escritorio de la izquierda, mi izquierda, no la tuya, encontrarás la pista que te faltaba. Es verdad que parece solo un viejo papel amarillento, pero que no te preocupe, remójalo tres días en zumo de limón, déjalo otros cuatro al sol, y luego anda a ver si te sirve para empezar a armar un collage por el que las hormigas se vuelvan locas.

No te ha ayudado, no importa. Regresa ahí mismo, donde encontraste el papel, y fíjate que escrito con tiza en el suelo está el número al que tendrás que llamar ni bien salgas de ahí, porque ya llevas siete días de retraso. Si se ha borrado, no hay problema, porque si mal no recuerdo yo te di mi número y tú lo copiaste en tu agenda, que espero la hayas conservado, no sé para qué la compras si llegado a febrero ya no apuntas nada.

Siguiendo con el plan, cuando me llames no hables muy alto, acuérdate de mi hiperacusia y ten compasión por favor. Como no podré estar seguro de que eres tú quien llama, repite muy despacio (y bajito) tu nombre completo, edad, estado civil, número de afiliación al seguro social y medida de aros. No, Dante no me ha pedido ese favor ni creo que piense proponerte matrimonio. Anda metido con no se qué vainas de la industria del cartón.

Volviendo, si ya certificamos que eres tú y no otra, discúlpame que voy a prepararme una taza de té, no sabes lo bien que sabe el de menta cuando llueve y está tan frío. ¿Cómo te voy a invitar uno, si estás al otro lado del teléfono? ¿Todavía estás? Qué bueno. ¿Cómo anda tu tía Marita?

No, espera, no hay tiempo para escuchar tus asuntos de familia. Lo que te quería decir es, sigue mis instrucciones al pie de la letra. Me quedó muy cargado, el té. Vuelve al tercer escritorio de la izquierda, ¿era la tuya o la mía? y debajo, pegado a la pared, no vas a encontrar nada, porque ahora que me acuerdo no tenía cinta adhesiva y espérate, sí, todavía lo tengo en el bolsillo... ¿Te podrías dar una vuelta por acá? Así nos distraemos un rato.

viernes, enero 20, 2006

oasis

He tenido la mitad de mi vida la misma pesadilla. No podía dormir. Estaba con los ojos cerrados, pero con los ojos bien abiertos en mi cama, mirando. Los relojes todos pulsan a destiempo. La gente respira. La casa entera se estira, sufre un espasmo, y regresa. Yo me río sin ruido en la oscuridad. Aquí no ha pasado nada.

Si es que mañana se repite, si sigo siendo la estatua de piedra, entonces quizá cambie, entonces quizá no cambie nada. Si me fuera, para no ver más las sombras familiares de mis dedos sobre mi cara, me ahogaría de tanto aire, eso me han dicho.

Mi oasis se acaba dos cuadras más adelante, cuando me deje de importar y deje de tener un nombre, y a nadie le parezca que pasé por allí. Mi oasis se cierra sobre mí, y no quiero contar esas historias. No quiero pausas para luego seguir el ciclo, no quiero treguas, no quiero esperanzas.

Que estalle o que implosione. Que me muera o viva a medias. No creo que me ahogue. Qué tal si busco yo, si me invento mis propias opciones, y después hablamos, cuando se hayan pasado los remordimientos y los cuartos de hora y las condescendencias. Cuando esté del otro lado haré de la mano, y verán que llegué sin novedad, solo un poco cansada.

lunes, enero 09, 2006

domingo de tarde

Básteme un día un pedazo de cuerda, no muy fina, con sus respectivos nudos. Otórgueme un espacio cuadrilátero, sin muchas pretensiones. Dedúzcame sola, desinteresada, calmada. Imagínese usted, llevo rato parada en esta misma esquina, esperando yo no sé qué cosa, y como el día avanza mi sombra se hace más larga, más larga. Me gusta repetir palabras, me gusta repetirlas y encadenarlas, y con ellas voy formando mi propia cuerda, no muy extensa, con sus respectivos nudos. Algún día voy a tener mi metro cuadrado, y mi farol. Y tomaré cada extremo de la cuerda en mis manos, y me pondré a saltar. Escúcheme, no tiene usted por qué preocuparse.