- ¿Quién eres?
No sé, pero no se siente muy bien ser yo ahora. Duele. Quien quiera que sea yo, cualquiera que sea mi nombre, lo último que quiero es recordarlo. Era mejor cuando todo estaba oscuro y no tenía que pensar, solo flotaba en un espacio distinto a este, ajeno al frío y al dolor.
No me interesa quién soy.
(La identidad es un derecho irrevocable de los seres humanos. Copien eso y mañana lo traen cien veces escrito.)
Quiero volver a la inconsciencia. Donde estaba antes de que me despertaran con esto que es… ¿agua? ¿Era así como se sentía el agua?
(No me ha gustado nunca mucho el mar. Pero estas vacaciones van siendo buenas, ¿no, Melissa?)
La luz se ha convertido en una experiencia insufrible. Al principio me angustié pensando en la última vez que había visto la luz del sol, en mi familia, en el mundo allá afuera. Ahora me repugna cada vez que encienden la única luz de este lugar y me obligan a estar de frente a ella y a hacer memoria y a mirar, aborrezco quien yo era, lo que hacía, lo que pensaba y lo que amaba.
(Que se lleve a los niños. Que Melissa se lleve a los niños. Están llorando y no quiero que vean esto, ¡que se los lleve, que no me vean así!)
Me prometen, creen que me alegran al avisarme que si hablo van a dejarme salir de aquí. No quiero. No quiero volver a la luz nunca más. ¿Qué voy a hacer yo de vuelta? ¿Voy a recuperarme y a volver a mi antigua vida? Me dominan las náuseas de creer que pueda pasar, y solo quiero que acaben lo más pronto posible. Cuando llegaron a buscarme, cuando dijeron que iban a matarme, sé que tuve miedo, sé que me resistí. Como sé que me resistiría ahora con todo lo que me queda de fuerzas si intentaran de repente dejarme ir y devolverme a lo que yo era. Nadie puede volver a ser un padre, un jugador de ajedrez, un profesor de niños de escuela, no soporto pensar en esas cosas, tiza y pizarra, piezas de madera, cuentas que entonces estaba orgulloso de pagar… No tengo las respuestas que quieren, no sé de qué me hablan, no tengo fuerzas para inventar. Quiero dejarme ir, pero no me lo permiten. No conozco nada mejor que cuando se cansan de golpearme y se van, y recupero la nada, mi nada.
…
Vamos a sacarlo de aquí, ¿me oye? -es la voz del tipo de siempre, pero tiene algo que la hace menos convincente que antes.
–Le digo que puede irse.
Se ha arrodillado junto a mí y puedo ver las puntas de sus botas. No pienso moverme.
- Tiene que pasar por un papeleo, porque resulta que ha sido todo problema de homónimos, pero de haber sabido…
- Tenía que habernos explicado. ¿Por qué no nos dijo que no sabía nada?
Creo que me he vuelto loco. ¿Se puede volver a vivir después de ser un homónimo? No recuerdo haber sentido nunca tantas ganas de reírme.
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