lunes, noviembre 06, 2006

coincidencias

A Veruca Triana no le gustan los viajes largos. Sabe que tendrá que aguantar seis o siete horas en aquel bus, al lado de un completo desconocido, quizá una de esas personas que se duermen enseguida y terminan apoyándose en su hombro. Cuán desagradable.

Llega temprano, cuando el bus está vacío, para asegurarse un asiento que le parezca menos incómodo. No le gusta ir junto a la ventanilla, la marea mirar por la ventana y se siente atrapada si hay alguien entre ella y el pasillo. Deja sus cosas y vuelve a bajar del bus. Cuando regresa, hay alguien ya ubicado en el asiento al lado del suyo. Es una jovencita, le parece. Tendrá la edad de sus hijos. O menos. ¿Qué hace ahí sola?

No está sola, o al menos no tanto. Dos chicas le hacen señas al otro lado del pasillo. Le dan una botella de agua y le piden algo. Ella se niega y mira por la ventana. Veruca Triana no la culpa, se siente bastante mal estar en medio de la conversación. Espera que la chica no quiera hablar. No soporta a los extraños que empiezan a hablarte como si te conocieran.

La chica no habla. Se muerde las uñas y apoya la cabeza en la ventana. Tampoco se duerme. Lleva en las rodillas su mochila y un paquete de dulces. A Virginia también le gusta comer así, dulces, como a una niña pequeña. Pero Virginia es bastante más alta y delgada que esta muchacha. Y tiene el rostro más duro.

- Yo casi no voy a pasar en la casa, así que avisa cuando vayas a regresar.

Esas fueron las últimas palabras de su hija. No le ha avisado nada, por supuesto. Se pregunta dónde podrá estar. Pero de ahí no pasa, un interrogatorio a Virginia es la cosa más estéril.

La chica tiene unos brazos redondos, de piel lisa. Veruca mira sus propios brazos, delgados y llenos de pecas, y su propia piel le parece de repente tan frágil. Nunca hubiera utilizado esa palabra para hablar de sí misma. Se está volviendo frágil. Y neurótica. Virginia será un día como ella, probablemente. Una mujer mayor, hostil, desconfiada.

En el asiento de adelante al de la chica se apoyan dos manos diminutas, y luego aparece la cabeza de un niño. Veruca mira al nene, que le saca la lengua. La chica mira al niño, pero no le sonríe. El niño le sostiene la mirada. La chica abre el paquete y saca unas galletas que ofrece al niño, solo con un movimiento de cabeza. El niño asiente y toma las galletas. La mamá del niño, una mujer joven, aparece también y le indica a su hijo que diga gracias. Le sonríe a la chica, y entonces esta sonríe de vuelta. De improviso, se gira hacia Veruca y le presenta las galletas. A Veruca le sienta como si, mientras viera una película, los actores se volvieran para dirigirse a ella. Toma las galletas por inercia y recién cuando la chica ha vuelto a su ventana, con los restos de la sonrisa como olvidados en la cara, se acuerda de decir gracias.

Ahora que la ha visto a los ojos, Veruca Triana calcula que la chica debe tener la misma edad de Virginia. Solo que esta nena se vuelve y le sonríe, como la flaca nunca ha hecho en su vida. Su hija solo le sonríe a la cámara.

Veruca Triana se siente extraña, se palpa la cara y se da cuenta que está llorando, y se mira las manos mojadas como si fuera de sangre. Aunque la chica no está mirando, Veruca vuelve la cara hacia el pasillo para esconder las lágrimas.

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