viernes, marzo 17, 2006

monstruo

Podría admitirlo, pero ¿y si no quiero? Podría quedarme callada escuchando, escuchando... Puedo también mirar de hito en hito hasta acabarme la luz, o dejarme sola y salir por la ventana.

Pero voy a ir. Voy a dejar que me llegue el eco de los disparos y después, recogeré las balas melladas. Miraré si dejaron marcas, pero más por rutina que nada. Me voy aburriendo del ruido, y entonces un día me iré, solo que estoy esperando, te aviso cuándo.

Ayer, escuché las sirenas y me asomé a la ventana. Con tanta lentitud que al llegar, ya todo había pasado. La calle estaba vacía. El ruido seguía allí, obstinado. Los demás se habían ido. Yo vi chirridos de llantas, gritos de hombres, murmullos de la gente. Vi la respiración agitada de una mujer que luego tosía. Vi un goteo que no sé que era, contra el asfalto, tic, tic, tic. Desesperante como era, hipnótico como era, cerré la ventana y me puse a ver otros sonidos dentro de mi propia casa. Pero calculé mal y escuché mi memoria, mi propia memoria, arrastrándose como un lagarto que acaba de darse un banquete y se retuerce de incomodidad y de hartazgo.

Por eso tuve que salir, y vine a verte. No soportaba el silencio, dime lo que quieras, canta lo que quieras, golpea las pareces, ríe, susurra; aunque al final todo sirva para alimentar a ese monstruo que avanza lento y asfixiante a medida que envejezco, y que regurgita recuerdos sobre mis días. Y que ya no quiero.

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