viernes, diciembre 23, 2005

u de ubicuo

Lo cambié hace dos o tres meses, tenía para rato, pero es mi manía de no apegarme a nada. Por eso cambio llaves, abrigos, recorridos, aficiones, y por eso ensayo hace años distintos tipos de caligrafía. No desconfíes, soy yo mismo escribiendo esta carta.

tres

Otras bestias se agitan, reposan, beben en ríos de agua poco profunda. Lejos, sobre el mar del este, baila borrosa una tormenta.

martes, diciembre 20, 2005

o de olvido

Mientras esperabas te miré, parpadeaste un millar de veces. Me dicen que debería dudar de tu palabra, y ya que me gustaría creerte, me preguntaba si querrías mantener la mirada fija, apenas un instante.

i de ilógico

Déjame estar un rato sola, me da por escuchar a los que pasan seguros de que he desertado. No se sabe cuántos vuelvan después de esto. Tú, tú no regreses.

e de exilio

Más tardas buscando la palabra, si no importa cómo lo vayan a tomar, cada uno mira con sus propios ojos. Y no sufras, aguantan o aguantan.

a de ariadna

Este bobo, que me dice que no tiene tiempo, se me pone difícil por el puro gusto de verme perder el hilo. Tú que lo conoces, diles que no estoy loco.

dos

Julia ya ha despertado, pero sus ojos no. Como sabe que se está haciendo tarde se levanta, se acerca al espejo (cuán bien se conocen esas paredes y ella), se peina, pero no puedo evitar contagiarse del bostezo de hipopótamo verdeazul que no sospecha que está siendo observado.

lunes, diciembre 19, 2005

uno

Sucede que un día, los ojos de Julia no se abrieron más. Y no es que Julia amaneciera muerta. Es que esa anterior noche, los ojos habían encontrado, oculto al reverso de las órbitas, un abismo hogar de criaturas somnolientas. Al fondo, se adivina el arco de una puerta.

viernes, noviembre 18, 2005

tereques

Se está rajando el vidrio.

No me doy cuenta hasta que es demasiado tarde. Sé que las cosas se gastan, y este pobre vidrio se tenía que rajar alguna vez, lo vengo sabiendo desde que lo pusieron, para que yo pudiera insertar debajo las fotos, las facturas, las tarjetas de presentación y los certificados. No siempre iba a estar inmaculado y orgulloso, la estrella del escritorio, que hasta pena daba apoyar las manos en él.

Lo sabía mientras lo manchaba, mientras le dejaba encima tazas de café y se empañaba, cuando le quitaba el polvo y cuando algún bienintencionado le pegaba calcomanías de pájaros y flores que yo despegué con las uñas. La goma y las formas más extrañas se quedan allí, fantasmas mugrosos de los que no quería deshacerme por la pereza y porque pienso que les gusta mirarme.

Tengo que cambiarlo.

Una de dos, me quedo ya sin vidrio y busco deshacerme de los papeluchos que hay debajo -las fotos de todos modos se están poniendo viejas-, o pido un reemplazo al que mirar con desconfianza hasta que consiga sus propias marcas.

He tratado de levantarlo con las puntas de los dedos, y me he lastimado. No soy tan fuerte. O es que siempre fue tan pesado. No sé, yo no lo levanté cuando llegó. Voy a tener que pedir que me ayuden, y todos sabrán que ya no quiero más mi viejo vidrio maltrecho, y que me importa tan poco que otro lo llevará, no quiero saber dónde, y lo hará pedazos, o lo abandonará para que transparente restos de basura.

Yo sabía que iba a ser así. Por eso no le dejaba nunca fotos debajo, rompía al instante todas las facturas, prohibía las pegatinas y conservaba siempre en las manos mi taza de café.

Se rajó igual. Eso yo ya sabía.

martes, octubre 25, 2005

Arcadia

Era esa historia del pirata que no podía volver jamás a su patria, ¿sí?, y yo la veía desde hacía no sé cuánto tiempo. Sabía todo lo que había que saber de ella, cuándo aparecía cuál personaje, qué iban a decir, los cabos que quedaban sueltos, cómo ondeaba la bandera cuando daban la orden de zarpar, y las caras tristes de la tripulación porque sabían que nunca, nunca iban a poder quedarse mucho tiempo en un solo lugar. Él lo sabía, el capitán, digo, sabía que ellos estaban tristes aunque no le dijeran nada, porque él se sentía igual, solo que los héroes no pueden ponerse a ostentar sentimientos nada más porque sí, hay momentos para ser emotivos, y momentos para dirigir el timón y decirle a los otros, como si nada pasara, que por qué tanta espera, que si no se acuerdan de lo que hay que hacer. Y ellos se acuerdan, sí, y permanecen un segundo, medio segundo más aferrados a la baranda y después se dan la vuelta rápidamente, decididos y aquí nada ha pasado, capitán, mire que todo está controlado.

Pero ¿quién tiene realmente el control de esa enorme nave descerebrada? ¿Quién le dice a ella lo que tiene que hacer? Cada quien controla nada más un hilito, su propio metro cuadrado, y fuera de eso nada. Creen que todo está bien, que cada uno pone lo suyo y así la enorme maquinaria y su aún más enorme envoltura de acero y madera se mueve para donde le indiquen. ¿Y qué tal si no? ¿Qué tal si es ella la que les está devolviendo el favor, agradecida por cada vez que infestan sus camarotes, su puente, su enorme vientre vacío, y hablan, y las voces reverberan en las paredes y vuelan por encima de las olas, y se marean y se encierran y piensan, o se quedan con la mirada perdida quién sabe dónde, y ella se siente importante y acompañada, y algunas veces de tanto buscar para dónde miran esos ojos, hasta le parece que también ella tiene un propósito.

Mira qué nave tan sentimental, ponerse a imitar a los humanos que le caminan por encima y por dentro, como si esas criaturitas frágiles en comparación con ella misma tuvieran algo que mostrarle, algo que se les pudiera envidiar. Tarde o temprano, uno desaparece, y otro, y otro más. Se van quedando, sea porque quieren o porque ya no pueden más. Y por un momento ella se pregunta si allá se queda un poco de esa meta que anda buscando, pero entonces aparece uno nuevo, y sea quien sea trae su propia mirada, más o menos lúcida, más o menos pesimista, y la nave que no quiere quedarse vacía se queda mirando entre esos ojos y ese vacío, imitando una ansiedad que, si tuviera tiempo de pensarlo, no se diferencia mucho de la suya.

jueves, octubre 13, 2005

adivinanza

La cosa azul tiene tres estómagos. Dos de aproximadamente las mismas dimensiones, regulares, uniformes. Sobresalientes. Y el tercero tiene una pequeña entrada semioculta, parece apenas asomar entre los dos anteriores, respira penosamente, parece poco a poco estrangulado. Pero engaña. Porque su escuálida boca conduce al espacioso abismo azul, donde se oculta, ¿quién sabe qué? Cosas extrañas han salido de allí. Cosas más extrañas han entrado, y no se las ha visto reaparecer. Quién sabe si hayan encontrado su fin. Si libren entre sí terribles batallas. O si se oculten aún, adormecidas, esperando, esperando...

miércoles, octubre 12, 2005

descuido

Una noche se me cayó una culpa debajo de la cama. Estaba tan cansada que decidí que ahí se quedaba hasta cuando hiciera limpieza. Ya no recuerdo exactamente hace cuánto fue, ni cómo llegó hasta allí. Generalmente soy muy ordenada con esas cosas.

Me imagino que habrá permanecido allí la bola de días, quietecita y abrumada, esperando el escobazo final en que acabaría su vida. A la semana habrá empezado a tener ideas. De cómo escapar. De dónde irse a vivir. De qué llenarse la tripa. Muerta de hambre, muertos los escrúpulos, le crecieron las uñas hasta que fue capaz de arrastrarse, de trepar hasta zambullirse en una almohada. Y hoy, justo hoy que ya me quedaba dormida, se lanza por el hueco de mi oído y me despierta con un grito.

martes, octubre 04, 2005

retazo

siempre ha sido más cómodo dejar pasar las horas de espaldas al reloj por eso no me quejo por eso digo que ha sido todo con la venia mía que no hay problema que no se resuelva si dejas pasar un par de horas sentado mirando como cae la luz de la luna o la de la lámpara de la esquina por las ventanas y eso que hay cortinas pero nada que no se pueda resolver las corro ris ras y entonces ya está tengo toda la luz que quiera me gusta más la luz por las noches porque el día como que quiere ponerme alegre y no me gusta que me digan cómo me debo sentir al menos eso que sea ocurrencia mía digo el ánimo que me voy a poner no se hagan ilusiones no voy a seguir divagando mucho porque si alguna otra teoría tengo es que si vas a perder el tiempo hazlo bien nada de planes ni reflexiones trascendentales ni tampoco el pasto de las ilusiones mira la luz y pon cara de que piensas pero no pienses nada no respires hondo deja que quepan dos horas todas las horas que quieras en un parpadeo y si algo sucede no escuches no era para ti recuerda nada que no pueda solucionarse

lunes, septiembre 19, 2005

filtros

Despertarte sin saber dónde estás. Me preguntan qué es lo más horrible que he sentido, me hago la pensativa para no contestar, pero creo que debe ser eso. Solo ha pasado un par de veces. A mi padre le pasa más seguido. Dice que no sabe qué lugar es ese, porqué está allí, y le cuesta un par de segundos acordarse de que él es él y que alguna razón debe haber para estar allí. Le da pánico. Yo no lo entendía cuando trataba de explicarlo.

La primera vez que me desperté en el lugar donde duermo y parasito en la actualidad, no supe qué hacer. Antes dormía en un cuarto con ventana que daba al patio, si alguna claridad entraba era de la luna. Ahora no hay ventana, y la oscuridad es distinta, tiene tintes anaranjados de la lámpara de la calle. Totalmente desagradable. La sensación, digo. Bueno, la luz de la lámpara también. Creo que ya me he acostumbrado.

Pero la primera primera fue cuando me dormí en una furgoneta, fuera del aeropuerto, una de mis tías se iba, se armó no se qué lío con la línea, y un montón de pasajeros se quedaron sin viajar, y todo era reclamos. Yo, que no tenía nada qué ver en el asunto, pensé en echar un sueñito. Cuando me desperté me llevé uno de los peores sustos de mi vida, no reconocí el aeropuerto ni nada, me moría de frío, el carro no me era conocido, y peor el hombre que dormía en el asiento del chofer (o séase mi tío político).

Hoy, antes de despertar supe quién era, dónde estaba, y por qué. También supe que debía salir sin demora, que tenía que contarlo. Antes de abrir los ojos lloré, porque supe, además, que no tardaría en olvidarlo.

viernes, septiembre 16, 2005

broma pesada

Voy en el bus, y al minuto se sienta al lado mío un señor que me mira y me sonríe. No sé por qué estúpido reflejo le sonrío de vuelta. Parece conocerme. Luego se me ocurre que puede estar fingiendo, ¡claro que puede estar fingiendo! Eso me pasa por ir en la séptima luna de Júpiter.

Y de repente, me dice hola y pregunta por mi tía Ruth, que hace ya varios años que no vive aquí. Se lo digo, ¿por qué se lo digo? ¿Quién es este hombre? Su cara me resulta vagamente familiar, ¿es alguno de los empleados del colegio? El uniforme es parecido... Pero no, le falta el escudo en el bolsillo de la camisa.

Parece sorprendido de que hayan pasado años desde la última vez que la vio. Me cuenta que de jóvenes eran muy amigos, que iban a todas las fiestas juntos. Me pregunta si se fue con toda la familia, si tuvo hijos. Le digo que sí, que tiene hijas más grandes que yo. Ah, dice. Comenta que la última vez que la vio fue en el funeral de mi abuela, ¿hace siete años? Once, le corrijo, ya sin sonreír.

Me pregunta si nací en la casa de mi abuelo, o cuando ya mis padres vivían solos, o en la finca. Esto no me está gustando, pero sigo con naturalidad, le digo que mis padres vivieron solos desde que se casaron, que yo sepa. Ah, sonríe. Claro. ¿Tu abuelo todavía vive? Ha de estar muy viejo. Sí, ya tiene casi noventa años. Pero ve, camina y oye bien.

Ya me quedo, anuncia, y relajo toda la tensión que no sabía que tenía en los hombros. ¿Te llama tu tía? Si te llama, dale mis saludos. De acuerdo. Se pone de pie y de repente como que se decide. De tu padre, me acuerdo poco. ¿Cómo está tu padre?

Ya sabía yo que esa cara me era familiar. Me quedo pasmada de su osadía y no puedo contestar, y se da cuenta, me hace de la mano y lo veo alejarse.

viernes, septiembre 02, 2005

masoca

Hace frío. Tengo los vellos de los brazos erizados, pobres frágiles ingenuos como todo el que quiere protegerme. Las uñas se me ponen violeta, a estas alturas ya deberían haber aprendido a ponerse de algún otro color. Están un poco largas, podría esperar a llegar a la casa y cortármelas, o podría arrancármelas con los dientes, el resultado no va a variar. Empiezo con la de uno de los meñiques, en un minuto está fuera, uñas débiles, dice mi abuelo, esa mujer no sirve para nada. Pero aún queda algo, cerca del borde, con cuidado, y ya está, me he hecho sangrar. No lastima tanto como si otro me estuviera haciendo daño. Continúo y de verdad que no duele tanto, no me resisto, no hay rencores, me tengo confianza. He causado mis peores heridas. Y no me odio. Será que uno ensaya el perdón consigo mismo. Ahora miro la sangre, mi sangre, y el dolor es casi cómico, lo veo extenderse por mi dedo, el dolor me dice estás viva, ¿será que este también me engaña?

No encuentro nada con qué limpiarme, me llevo el dedo a la boca y allí se queda, tibio, acusador y latente. Empiezo a reprenderme por bruta, ¿qué necesidad había de hacer esto? Pero tengo el recuerdo de tantas veces, e intuyo tantas más, que la voz se ahoga y pronto me olvido, hasta que alguien llega y me dice ¿qué te has hecho? Y yo sonrío, nada, le digo, es que no me di cuenta.

martes, agosto 30, 2005

catástrofe

Quién fuera T. Traspasaría lo tétrico y nadie podría torturarme con mi falta de talento. Me tostaría al sol cuanto tiempo se me antojara, y me traspasaría la felicidad de un chocolate. Soportaría mis tristezas, tergiversadas por la alegre turbulencia. No tendría que a aterrorizarme en las tempestades, ni le temería a los tumultos. Me aplicaría a encontrar el total descanso, el término apropiado, esa tregua conmigo misma. Me tornaría tenue, tácita o trepidante, según quisiera. Tendría tanto, y tardaría en percatarme del desierto sitio de la falta.

sábado, agosto 27, 2005

expedición

Un mundo redondo y metálico flotando en una espesa niebla marrón. Buscamos vida. Suelos y paredes lisas. Ni un soplo de polvo. Descendemos suavemente, pero igual oímos las ruedas siseando en la superficie. Frío y sin viento. Un sol en saliente y otro en poniente. Una depresión en el centro, aparentemente inofensiva. ¿Quién sabe? Rodeamos los bordes con precaución. No parece que viviera aquí nada ni nadie. Bajo el suelo gris no parece haber agua, ni vacío, ni nada más que metal. Inercia. Vinimos en vano, atraídos por el brillo antinatural de la atmósfera, creo que eso debió habernos desalentado desde un principio. Estábamos tan entusiasmados.

Exploramos un poco más. El piloto dice que embarquemos, y no alcanzamos a llegar a la escalerilla cuando el planeta empieza a girar con nosotros encima, nave y tripulación, una rotación suave pero continua, hacia el oeste. Nos sujetamos ¿de qué? No hay accidentes más que esa hendidura con una especie de torre de observación en el centro. Caemos hasta la base de la torre. De repente, un estruendo, un golpe, y todo lo que habíamos avanzado, lo retrocedemos en forma violenta, hasta que, con un golpe seco, todo queda en calma otra vez. Pero entonces, justo entonces, la niebla en la que habíamos flotado hasta llegar al extraño planeta parece venirse sobre nosotros. Sí, se mueve, pero no nos comprime porque vamos como en un barco, flotando sobre ella. Cuánto nos hablemos desplazado, quién sabe. Desde ese momento ha pasado tanto, y aún no encontramos la manera de salir de la oscuridad a la que hemos venido a parar.

A veces, vemos pasar muy cerca una estrella.

miércoles, agosto 24, 2005

escalera

esperaba

nadie llamó

entonces bajé sola

casi tropiezo con Grobe

maulló y me miró resentido

asombra ver resentimiento en un gato

es peor tratándose de uno tan consentido

ahora no tengo tiempo para ti, pedazo minino

tengo que llegar, la décima línea espera hace rato

nada personal, no te resientas, pero ella estaba aquí antes.

lunes, agosto 22, 2005

Herederos

- Te lo dije.

- Por favor, no.

- Te lo dije.

- Ya sé, ya sé, cállate ¿quieres?

- Te lo dije.

- ¿Serviría de algo que te recordara lo mucho que estoy lamentando ahora no haberte escuchado, Armonía?

- Cuando me pediste consejo, cuando hablé y me escuchaste, cuando me abrazaste y seguiste tu propia opinión, te advertí que no iba a hacerte esa excepción. No tengo más remedio que decir te lo dije hasta que a mí misma me den náuseas.

- ¿Podrías repetírmelo mañana? Estoy tan cansado...

- Ah no no no, levántate. Acuérdate que hicimos un trato. Tienes que acompañarme.

- Pareces policía.

- Sin arrepentimientos. Vamos.

- Deja que me quede. ¿De qué te sirvo ahora? Puedes volver por mí más tarde, prometo que te seguiré donde quieras, que haré lo que me pidas, solo déjame solo un momento, ¡no me mires así!

- Que yo sepa, has estado solo bastante tiempo. Y mira, qué bien salió todo. Me pediste una oportunidad. Te dejé a cargo. Pero si permito que esto continúe, no sé si seré capaz de encontrarte la próxima vez, ¡lo que he tenido que pasar para llegar aquí! ¿Pensaste en eso, dime?

- Armonía...

- No, perdona, eso fue innecesario. No debí reprochártelo. Yo decidí dejarte porque pensé que era lo justo que intentaras una vez por ti mismo, aunque sabía lo que nos iba a costar. Sabía lo que iba a costar ubicarte. Somos responsables ambos. Un equipo. Yo tenía el mando, y así fuimos felices mucho tiempo.

- No, espera un momento. Espera, tú creías que lo éramos. No pongo objeciones a cómo has llevado las cosas hasta ahora, de veras que has hecho un trabajo fenomenal, ¡mira cómo me he puesto yo en un instante! Pero de ahí a que me digas que todo fue felicidad... Armonía, ni siquiera tú tienes tanta generosidad como para pensar eso.

- ¿Has sido infeliz conmigo?

- ...

- Responde, anda, no voy a hacer nada.

- ¡No podía vivir así para siempre! Nuestro padre quiso que tú fueras la cabeza y yo las tripas, ¿qué piensas que se siente? No, claro, lo olvidaba, sentir no es tu especialidad. Oh- me estoy riendo de ti de nuevo, Armonía, mi hermosa Armonía, perdóname. No llores.

- No soy yo la que está llorando.

- Cierto. Cierto. Ya está, fuera lágrimas. No te ofendas, nena. No es que crea que eres insensible.

- No es que crea que eres insensato.

- ¿No? Haberlo sabido antes. Siempre he pensado que me tenías por una bestia.

- ¿Cómo podría? Eres mi hermano.

- Y yo que hasta hace poco te acusaba de no ser lo suficientemente generosa. Pero sí. Soy una bestia. He arruinado por completo la oportunidad que me diste y ahora padre estará enojado contigo. A mí, ya te imaginas, me desprecia lo suficiente como para no esperar nada mejor. Pero lo siento por ti, querida; ay, cómo se pondrá nuestro padre.

- Eso es lo de menos.

- Pero una cosa déjame decirte. Soy una bestia harta de depender. Incluso de ti, hermanita. Has sido buena influencia para alguien que no quería ser influido. ¿No te parece triste tu suerte? Toda esa sabiduría vertida en mí. Padre no fue justo conmigo, eso era de esperarse teniendo en cuenta la basura que soy. Pero no fue mucho mejor contigo, y eso sería imperdonable de no ser porque a él qué es lo que no le está permitido. ¿Sabes, hermana, lo que me dijo cuando le pregunté por qué nos había hecho esto? Ay, no lo vas a imaginar.

- No necesito imaginarlo. Lo sé, Impulso. Yo estaba ahí.

- ¿Tú estabas...?

- Levántate. Tenemos que irnos.

- ¿A dónde?

- Te dejaré la curiosidad, al menos te dará ánimos. Me basta con saberlo. Yo estaba ahí, ese día. Escuché su respuesta. Lo que dijo de ti, y de mí. Que viajando obligatoriamente juntos tú ganarías en sensatez y paciencia, y que lo malo era que tal vez a mí se me pegara algo tuyo. También entendí lo que quiso decir. No quería un hijo imperfecto a su lado. Ni una hija perfecta. No quería a nadie que lo ensombreciera. En suma, él no quiere a nadie cerca. Ven, apóyate en mí. Estás cojeando.

- Eso no es todo. Si escuchaste sabes que eso no fue todo.

- Sumado a que no quería que tú lo asesinaras mientras dormía, lo cual es comprensible dada tu habilidad para convertir casi cualquier objeto en un arma. No creas que no vi cuando rompimos la cadena, cómo afilabas uno de los eslabones en las rocas de la costa.

- Hermana...

- No necesito consuelo, eso es para ti. Sé a dónde vamos porque lo decidí el día en que ordenó que nos fuéramos.

- ¿Tú decidiste...?

- Ten cuidado con esas piedras. Estás muy lastimado. Pero no importa. Te recuperarás y volverás a caerte. Ahora que aprendiste lo que es no estar atado, dudo que me dejes acercarme con esta cadena. Yo tampoco creo que fuera justo que pasáramos tanto tiempo juntos. Si yo pudiera, te odiaría. ¿Tú me odias?

- Te digo la verdad, no me importaría perderte de vista por un buen tiempo, pero no es que te odie. Es solo que...

- Que te da asco cuánto empezamos a parecernos. Que te sorprende que pretenda desobedecer a nuestro padre y que la culpa no me esté matando. Ahora yo te soy sincera, sí perturba, pero no mata. Pero sobre todo, Impulso, te da miedo sorprenderte, porque desearías reírte y celebrar mi insubordinación, y no puedes.

- No voy a celebrar insubordinaciones que no son mías.

- Que yo supiera, antes no tenías ningún problema con eso.

- ¿Sera porque... eres Armonía y tú nunca harías eso?

- Está bien. Créelo. Quizá el golpe sacudió unos cuantos cables. No te sueltes. Va a costarnos mucho llegar.

- ¿A dónde vamos?

- A casa.

- ¿A...? De acuerdo. Ahora sí lo he oído todo. Déjame, déjame en el suelo. Prefiero quedarme aquí. Bonita rebeldía la tuya. De vuelta con papá. Pues por mí regrésate sola, que yo prefiero el polvo y las piedras.

- ¿Y la piel cayéndose de tus rodillas?

- ¡Lárgate! Yo... Pero ¿qué haces? ¡Suéltame! ¡Soy más fuerte que tú! ¡Prometo que voy a lastimarte, suéltame!

- No eres más fuerte, no puedes lastimarme y no voy a soltarte. Vamos a casa, te digo. No tienes que entrar en histeria.

- ¡Mi brazo!

- Lo siento. ¿Vendrás conmigo? ¿Sí? Sé un buen chico. Verás, no hay nada que temer en casa porque padre no está.

- Oh. ¿El kit telepático entró en funcionamiento?

- No necesito telepatía para saber que no estará. O me corrijo, estará, solo que no en condiciones de vernos.

- La verdad yo me estoy cansando de este jueguito de adivinanzas, ¿cuál es tu plan? ¿Dónde está padre que no puede vernos? ¿Ah?

- En la terraza. Donde lo dejé la última vez que nos vimos.

- ¡No nos despedimos en la terraza! A mí me echó al patio y se fue, y luego te sacaron a ti para ponernos la cadena!

- Yo lo vi antes. En la terraza. Padre fue afortunado. Se libró de una deshonrosa muerte a manos de un hijo lunático. Murió a manos de una hija más astuta que él. Buen fin para un filósofo, ¿no crees? No pongas esa cara. Te he librado de hacerlo tú mismo, con la desventaja de que no hubieras empleado un gramo de sutileza y ahora tus huesos estarían blanqueándose al pie de algún árbol. ¿Quién va a dudar de nosotros ahora? Volveremos. Encontraremos su cuerpo. Haremos funerales. Tú serás el nuevo amo, y no tendrás que verme en tu vida. Solo te pido una cosa. Cuando tengas hijos, jamás los dejes salir al jardín, así no tendrás que enseñarles a diferenciar entre las plantas benignas y las venenosas.

Experimento fallido

Entro a toda prisa y me tengo que detener de golpe. Los pies se me despegan del suelo y quedo desagradablemente suspendida en mi propio miedo. Hay alguien allí, inmóvil, en la oscuridad. Unas migajas de luz anaranjada llegan desde la calle, y le dan sobre las rodillas, cruzadas al estilo indio. Sobre el pelo, que le ensombrece la cara.

¡Estúpida! Tanto tiempo evitando ese instante y me he lanzado a él de cabeza, sin intuición. Y ahora que el pánico me deja vacía de huesos, de entrañas, de todo, se me hace una eternidad ordenarle a mis piernas que se muevan, que me saquen de aquí. Salgo caminando hacia atrás, la vista fija en alguien que ni siquiera sabe que puede mirarme. Antes de que me vea tengo que huir, mi especialidad, desaparecer sin hacer ruido.

¿Cómo, cómo, cómo? ¿Por qué no me avisó nadie? Ustedes lo saben, estaba tan segura de que a su modo me protegían, que me siento traicionada. Se los pedí, se los pedí por favor, que me avisaran cuando se me fuera la mano. Habrán sentido lástima de mí, o de ustedes mismos, de tener que decir algo que los pusiera en la incómoda posición de quien tiene que lastimar.

Ahora no puedo volver, y echo de menos todo lo que he dejado, lo que no veré de nuevo porque me fallaron los cálculos y no tengo valor para regresar por ello. Siempre fui tan cuidadosa, me hice cargo de los detalles penosos, y así pude volver una y otra vez por mis rapiñas. Un pequeño descuido y no me queda nada. Solo seguir retrocediendo para que no me mire. ¿Qué pensará de mí? Eso no importa, tiene que seguir sola, si es que quiere mantenerse viva. Le he dado lo suficiente. Una memoria, unos gestos, dolores, ilusiones, imposibles. Es cuestión suya cuánto tiempo le quede.

Nunca había querido verlas precisamente por eso, no soporto enternecerme inútilmente, empezar a darles nombres y tomarme el trabajo de crearles más historia que la que les permití a mi costa durante un tiempo. También es que odio ver lo que les he hecho, no quiero pensar en que lleguen a reconocerse en mi repulsión y hagan algo desesperado, como arrancarse del encierro y mostrarse al mundo, y gritar que existen por mi causa, que yo tallé cada uno de sus rasgos intentando imitar a los dioses, y que la gente vacile entre vomitar o lincharme, y que me lleven a quemar sin poder ver a mi abogado.

Por eso hoy el veneno es para todas. Ellas y yo. Estoy cansada de vivir con miedo a encontrármelas tras cada ventana. De tropezarme de improviso con sus cadáveres descompuestos y sacarlos por la puerta trasera a media noche, para que los vecinos no se enteren de lo que estoy haciendo. Hoy ha sido la gota. Esta no sé cómo aguantó tanto, pero no más que yo, se los aseguro. Se van conmigo, no importan cuán humanas parezcan. Tengo que evitar que alguien las encuentre y su alma llena de justicia lo lleve a denunciarme. Que alguien las encuentre y su alma compasiva quiera darles alguna oportunidad. Les voy a ahorrar la molestia.

viernes, agosto 19, 2005

El héroe

Recuerdo cómo eran tus ojos. Tus ojos así, en plural, antes de que empezaras a cubrirte con el cabello la mitad izquierda de la cara. Tu expresión siempre alerta, casi insolente, decidida. ¿Qué había por hacer que tú no pudieras? Era irritante oírte hablar, pero uno no podía alejarse ni dejar de observarte, porque ni siquiera eras consciente de que todos aquellos rebeldes conceptos que defendías con ardor habían sido alentados ya por nosotros, cuando éramos tanto o más jóvenes que tú. Y sin embargo creías tener la razón, y nos despreciabas por haber renunciado hacía tiempo a lo que para ti era la verdad. Decadentes, nos llamaste.

Tenías razón en cuanto dijiste. Pero nuestra lúcida decadencia nos tiene aquí, ilesos, mientras tú te ocultas y nos miras de reojo. No creas que encuentro placer en esto. Quería que supieras, que reconocieras que, aunque lo que decías era verdad, era también absurdo e impracticable, quería que admitieras que no eras capaz, como nosotros no habíamos sido capaces.

Pero no así. No quería verte huirnos, no quería que callaras para siempre y que se te perdiera toda la inspiración. Ya no puedes reírte siquiera, acompañarnos en nuestros cinismos diarios y encontrar en compañía el consuelo de reírse de uno mismo. Porque quisiste ir más allá, donde sabíamos que encontrarías algo peor que la nada, y te estrellaste, y te vimos caer y no pudimos hacer nada.

Ese día perdiste un ojo, y todo tu valor. No volviste a mirarnos a la cara, y aún estoy tratando de decidir qué sería peor: no volver a ver ni un asomo de ti porque no nos dejas, o que de repente levantes la cara, y encontrarnos con lo que te queda.

jueves, agosto 18, 2005

Día libre

Algún día ellos también se van a ir. Y entonces vamos a ver qué pasa con sus caras de satisfacción, de seres inamovibles, aposentados de una vez y para siempre en las glorias de sus oficina king size.

Es una reacción normal la que estoy teniendo ¿no? Quiero decir, algo de venganza he de alentar, sería muy raro que no lo hiciera. Pero es extraño. No logro sentirme furiosa. Asqueada, sí. Pero es un asco adormecido. Como si me hubieran anestesiado. Será el shock. Porque lo que son ellos, no me pusieron las cosas fáciles, precisamente. Firme aquí. Tenga su cheque, me dijo el muy imbécil, sonriendo como si me lo estuviera regalando, tan lindo él, después de haberme soltado en mi cara que me tenía que ir por mi bajo rendimiento.

¡Bajo rendimiento, en serio! Me pregunto… No, Fernanda no sería capaz de eso. Ví perfectamente cómo me calificaba. Yo firmé la evaluación, puse mi propio comentario. Todo estaba bien, o al menos eso creía.

No había notado cuánto calor hace realmente aquí afuera. Cómo iba a notarlo, diez a doce horas del día encerrada en ese congelador, sin poder salir de vez en cuando a percatarme si el cielo sigue allá arriba de vez en cuando. Ni una miserable ventana. Nada. Pero aquí sí que hace calor. Falta que me va a hacer el abrigo. Si no lo traía mi mamá hubiera sospechado.

Me siento un poco tonta, dando vueltas. Espero no encontrarme con nadie, no tengo problemas en dar explicaciones después, pero no ahora, por favor. Menos a mi mamá. Hoy la vi mejor, quiso salir a despedirme hasta la puerta. Qué tortura. Ayer había pensado contarle todo por la mañana pero me pasé la noche tratando de ver televisión, sin enterarme de nada, hasta que amaneció y me dí cuenta que no iba a poder. Estaba demasiado atontada, necesitaba pensar.

Y estoy pensando. En la porquería a la que le he dedicado casi un año de mi vida. No, vamos, no porquería. Hay cosas que hice, que yo hice, de las que me puedo sentir orgullosa. Lo demás que se vaya al diablo. No quiero acordarme de eso pero hay que hacerlo. Al mal paso darle prisa y todas esas cosas.

Pero es que ¿lo hice todo tan mal, de verdad? ¿Era tan prescindible? Me pregunto quién va a hacer las entrevistas que tenía para hoy. La gente que quedé en llamar, los que iban a llamarme… ¿Qué les dirán? Artemisa ya no trabaja con nosotros. Me lo imagino. ¿A quién le darán mi escritorio? Ni siquiera tuve tiempo de volver a arreglar mis archivos, de borrar mis documentos, mi agenda… Hubiera borrado todos mis contactos, mis emails. No pude llevarme ni mis papeles personales. Tendría que pedírselos a Carmen, pero no quiero causarle problemas.

¿Por qué lo habrán hecho? No fue culpa mía, sé que no fue culpa mía, teníamos proyectos, cosas urgentes por hacer, ideas, propuestas… que por otra parte hará otra persona en mi lugar, o se irán al tacho.

Será mejor que busque un lugar donde comer. Debería ir al banco, pero no quiero volver a ver ese maldito cheque. Sí, maldito. Quizá le pida a mi hermana que lo cambie, cuando le haya contado todo. Sería bueno ir a visitarla. No pasarme el día en la calle, donde parece que todo el que pasa me lee en la frente lo desempleada que estoy.

Todo el mundo debe estar comentándolo ahora, en la oficina. Deben haber nombrado a la pobre Artemisa más que en los cuatrocientos días que estuvo presente, y nadie se daba cuenta de que andaba por allí. ¿Lo sabrán las chicas? No pude ni despedirme de ellas. ¿Les mando un mensaje? Es lo único que me da pena, lo único que voy a extrañar de ese cochino lugar.

Mensaje de Fernanda. Si Dios no te abrió esta puerta, es porque te tiene otras mejores. Bueno, bien hecho. Que la próxima vez no me deje tocar el timbre y entrar. Otro mensaje: Que se pudran sin ti. Sí, que se pudran.

No, claro que no es lo único. Necesitaba ese trabajo. Necesito otro trabajo. Volver a buscar, volver a tontear, volver a aguantarme las preguntas de si tengo cargas familiares y cuáles son mis aspiraciones.

Pero algún día se han de ir. La vida da vueltas, al menos eso dicen. Serán viejos veinte o treinta años antes que yo, y entonces, si hay un poquito de justicia, me los volveré a encontrar. ¿Dónde voy a estar? No me puedo alejar demasiado. Quiero verlo. Quiero saber. Quizá tener los amigos equivocados, como dice Andrea, es lo que me metió en este lío. Ya saben, la gente que uno conoce de toda la vida, del colegio, de la universidad, gente que te llama y que te invita a salir, gente que termina trabajando para la competencia, y que quizá no cuenta con la aprobación de tu eventual patrón/amo/empleador.

Quizá. Pero pienso seguir teniendo los mismos amigos equivocados –derecho de asociación, que le llaman- porque ellos son los que me darán a su tiempo la información que quiero. Así como alguien, de cuyo nombre no quiero enterarme, fue y divulgó mis asuntos, mis personales y para ellos insignificantes asuntos, quiero mi contraparte. Quiero saber cuando el sistema se deshaga de esa brillante generación, sin gratitud ni memoria, y podamos compartir nuestra común experiencia. ¿Se imaginan? Puede que yo me haya quedado sin pertenecer a la gran familia. Pero eso no quita que vuelva un día a ponerles mi ofrenda floral en la cripta.

miércoles, agosto 17, 2005

Tripulación

- ¿A dónde vamos, capitán?

- No preguntes. ¿Terminaste ya de recoger las cuerdas?

- Sí. Pero, ¿a dónde vamos?

- ¿De qué te serviría saber?

- Estaría listo. Sabría si es frío o cálido. Si debo esperar hospitalidad, o llevar mi armadura. Si habrá dónde comprar chicles o mejor voy guardando comida. Si llevo los zapatos todo terreno, o basta con un par de...

- Hagas lo que hagas no vas a estar preparado. Y lo que más te conviene ahora, lo que más te serviría es no saber nada. Así, todo lo que veas te sorprenderá. Todo será nuevo e inesperado, y te crecerán los ojos de tanto mirar. No vas a conocer el aburrimiento, ni la certeza. Vas a aprender a esperar.

- Verás, en ese caso no creo que dure mucho, porque con el mismo asombro ante cielos verdes y flores de agua, entraría sin saberlo en el terreno de una fiera desconocida y adiós Pascual, gusto en verte. ¿Y qué va a quedar entonces de mi sorpresa? Ni las migajas.

- Guarda silencio. No has entendido nada de lo que te he dicho. Tu impaciencia de criatura joven te hace el candidato perfecto a la aventura.

- Y a la desventura.

- Y a la desventura. Pero ¿qué haces ahí parado mirando la costa? ¿No te has despedido ya? ¿Tienes contigo todo lo que vas a llevar?

- Pues para ti ya son muchas preguntas, ¿no capitán? Que si miro la costa, ¡como si fuera a volverla a ver en toda mi vida! ¿De quién me voy a despedir? Tú y yo vamos conmigo. Y como gracias a tus sabios consejos no tengo idea de lo que he de llevar, mejor me llevo rápido a mí mismo, antes de que me arrepienta.

- ¿Te arrepentirías? ¿Me abandonarías en el viaje?

- Sigues preguntando. ¿Tengo opciones? He de partir porque lo dices, y porque vas. No sé qué esperas encontrar, o qué quieres que encuentre, pero allá vamos. Me asombraré y me caeré; me echaré a perder y me recuperaré; daré vueltas sin llegar a ningún lado y, algún día, creeré que, oh, me he hallado a mí mismo aunque siga siendo el de siempre. Voy porque no sabría quedarme solo, y porque no en vano me has heredado la curiosidad. Yo también quiero saber lo que pasa. Solo que me gustaría descubrir un poquito ahora, antes de poner el pie en la trampa.

- Es apenas justo. Podría decírtelo. Podrías saber, pero entonces ya no querrías. Y es necesario que vayas. No sabes tú mismo cuánto lo deseas, ni quién serás cuando vuelvas aquí. Te aterraría cuanto te dijera. Y preferirías, quizá, quedarte aquí solo. No, no lo harías. Te tendría dividido entre lo uno y lo otro, y entonces nunca volverías a estar entero. Has de ir. No hay otra forma.

- Y si no la hay, ¿podrías irme adelantando algo, ya que las cuerdas están sueltas, la costa ya no se divisa, y ni siquiera el olor de mi antiguo hogar me llega a las narices? Quiero olvidarlo pronto, y no tengo más en qué pensar si no es a dónde voy.

- ¿Tienes miedo?

- Sí lo tengo. No soy como tú. Cualquier cosa puede pasarme. Y no tengo porque la imaginación anda suelta y puedo pensar en este mismo momento en las peores cosas que me pueden pasar. ¿Cómo evitarlas? No lo sé. El miedo no me prepara. Quizá me dé fuerzas en el momento indicado, pero ahora me las quita. Y entonces tengo y no tengo miedo.

- Podemos regresar, si quieres. Olvidar el viaje, y lo que verías.

- No. Ya no podemos. Estamos demasiado lejos y a esta distancia ya sé que quiero ir, y que quiero descubrirlo todo. Cuéntame mejor qué haré cuando me canse, cuando me aburra, ¿o es tan maravilloso ese mundo al que vamos? No lo creo. Podrías empezar por decirme que, cuando lleguemos, vas a abandonarme. Que al poco me olvidaré de ti, y quizá un día ya no sepa cómo eras. No me acordaré de tu cara, ni de tu risa, ni de tus palabras. Pensaré que fuiste un sueño de una vida anterior, y seguiré preguntándome para qué fui hasta allá. Cómo llegué. Soñaré contigo, y te reinventaré cuando de veras te extrañe. Pero no serás tú.
¿No me dices nada? Ahora sé que vas a dejarme. Sabes, si quieres detén todo ahora. Puedo bajarme. Desde aquí iré solo.


- ¿Eso crees?

- A menos que me dijeras lo contrario... Pero no. Si vinieras conmigo seguirías siendo el capitán. Todo lo hallarías tú, el mérito sería todo tuyo. Y hoy dejas de serlo. No sé hasta cuándo. Hasta que nos veamos, capitán. Podríamos habernos quedado, tú y yo, en nuestra costa, con mis preguntas y tus respuestas. Ahora yo estoy respondiendo, y tú callas. ¿Estás orgulloso, capitán? ¿Capitán? Epa... no me has dejado ni las cuerdas.

jueves, julio 14, 2005

Capítulo I (sí, ya, te creo)

Me he divertido horrores escribiendo esta cosa, y sobre todo inventándome los nombres. Voy con un método medio raro. Me hago una lista de nombres imposibles y luego, en ese orden, o casi para no ponerse intransigentes, los voy introduciendo en el relato. Planeo darle continuación nada más por lo mucho que me ha gustado el escribirlo. No creo que llegue a ser una obra maestra de la fantasía ni mucho menos, pero no importa porque causa tanto placer como estar leyendo algo muy bueno.


A Honmosrod no le gustaba esperar. Tenía muchos años, y poca paciencia. A su edad, yo ya me habría acostumbrado a que las cosas rara vez suceden en el momento exacto en que uno las quiere, pero Honmosrod seguía pensando -siempre lo había pensado- que puesto que él era él, su existencia le daba significado al universo, y este debía corresponderle actuando de acuerdo a sus deseos.

Esta vez, Honmosrod no estaba aguardando por comida, que siempre es una buena razón. No estaba esperando por agua, que es, quizá, las más grande de las razones si vives en un lugar como el suyo, el reseco y azulado Zoendem. Tampoco es que deseara ver llegar a ninguno de sus amigos. Honmosrod esperaba a Siercha, aunque, hasta ayer, si le hubieran sugerido que llegaría la hora en que ansiaría hablar con el resbaloso ser, se hubiera reído con ganas.

Siercha se hacía esperar, y Honmosrod se retorcía de inquietud. No tenía miedo, ¿a qué? El pequeño tiaersay apenas si estaba recubierto de blandas escamas, no tenía huesos que le permitieran ponerse erguido, y el veneno de sus pequeños dientes no hubiera alcanzado ni para causarle comezón.

Pero hay cosas que consumen más que el miedo. La curiosidad es una de ellas. Si bien Honmosrod no se caracterizaba por ser una criatura inquisitiva, esta vez necesitaba saber.

Siercha ya estaba allí. Sí, era él. O ella. Tratándose de un tiaersay ni yo, que se supone que conozco esta historia como las arrugas de mis manos (y tengo muchas), podría estar seguro. Lo que sí era cierto es que iba a cambiar el curso de las cosas para el gigante tolkapol que lo esperaba, y Siercha lo sabía muy bien. Quizá por eso la demora, quizá por eso el paso deliberadamente lento con que se acercaba.

Por el gran Keundit, se dijo Honmosrod. No podía mostrar desesperación. No ante un miserable tiaersay de nada. Ninguno se hubiera atrevido a afirmar que el tolkapol tuviera miedo, dada su rotunda estampa, solo igualada por las montañas de Ziav, o por los robustos árboles Undurnemen que crecían en los bosques de Yolda.

Pero se notaba. En el ondear de su pelaje espeso. En el girar de las pupilas rojizas y, sobre todo, en el olor. Un tolkapol siempre llevaba el perfume de los raquíticos eucaliptos del Zoendem. Pero ahora Honmosrod no olía para nada a eucalipto, y sí a... ojalá pudiera recordarlo, hubo una época en que lo sabía muy bien (vaya si tuve oportunidades) pero hace ya tanto tiempo, y no hay ahora tolkapoles para angustiar, por el simple hecho de que no queda ninguno vivo.

lunes, julio 11, 2005

Abnegación

Hola amigo mío. No tengo ningún inconveniente en prestarte mis pulmones. Solo que acuérdate que necesito que me los devuelvas para el lunes, por favor, porque en la oficina sí no se puede contener la respiración demasiado. Con tanta celebridad que visita el estudio, imagínate, uno se queda repartiendo cada respingo y cada suspiro, que seguro me van a hacer falta.

Tú fumas, ¿no? No creas que tengo problema con eso. Es que si después le puedes dar una limpiadita, te lo agradecería, también porque es que le tengo alergia al humo y no quiero pasármela estornudando. Aunque si el lunes apareciera yo todo constipado, podría ser que me dejaran tomarme la tarde libre. Mejor déjalos tal cual. Entre amigos...

No sé dónde vas ni te quiero preguntar, pero por si acaso te advierto que soy bastante sedentario y si se te ocurre ir a escalar, hacer maratón o paracaidismo, pues ten mucho cuidado, que jamás he hecho la prueba y algo por ahí podría fallar. Por eso mismo no te puedo prestar mis arterias, porque justo las tengo que llevar a un chequeo. Lo que me va a costar.

Pero bueno, ya, con tal que estén aquí el lunes, llévate los pulmones, con toda confianza, nada más no te olvides de venir a descongelarme tempranito, o mejor tarde el domingo, porque capaz que alcanzo a ver los reprises del fútbol y los resultados de la lotería, imagínate que gane y entonces qué pulmones ni qué ocho cuartos, termino de pagar las cuotas de la cápsula criogénica y después que llueva hasta que quiera.

miércoles, junio 22, 2005

Hacer la maleta, no muy pesada, pero hacerla, y salir sin decirle a nadie que te vas, ni pensar mucho en cómo ni a dónde. ¿No era que los pies pueden llevarte donde ellos quieren? Dejarlos vagar un día para que te cuenten lo que en tu vida te has dignado escuchar. Tomarte una mañana, una tarde, una semana libre y averiguar todos los sitios que alguna vez quisieron mostrarte, todo el polvo que quisieron pisar y no se pudo porque tu cabeza dijo que había que visitar sitios más importantes.

Sitios donde aprendiste la frustración, la angustia, y mediste tu propio valor. Que no siempre es lo que tú creíste. Pero a cambio, tus pies quieren mostrarte un camino más fácil, menos seguro y contundente pero más acogedor. Yo no te digo que habrá alguien esperando. Ni que te dejarán por fin en paz. Pero les habrás dado tiempo, y quién sabe si tu cabeza se sienta agradecida por el descanso, y de vez en cuando, se libere del apremio recordando que, a veces, dejaste que otros hicieran el trabajo.

Puede que aprenda a despegar. Puede que un buen día ella y tus pies se pongan de acuerdo y te saquen a ti a dar un paseo, tomen tus manos y te lleven, sin darte tiempo a pensar si estás listo.

martes, junio 21, 2005

Mantenerse muerto es difícil. Al amanecer de cualquier día se te olvida permanecer quietecito y entonces te levantas a dar una vuelta y de repente ya estás otra vez ahí, titular de la noticia del momento, de algún recordatorio en la página de obituarios, o de pie junto a alguien que te llora sin verte.

sábado, mayo 21, 2005

Soy mala para los títulos

Cuando le dije que la amaba, me contestó que eso era lo que yo creía. No entendí por qué siempre tenía que estar cuestionando lo que sentían los demás. Por qué tenía que buscarle la quinta pata al gato, incluso cuando de sus propios sentimientos se trataba. ¿Será que te quiero, o es un simple ataque de feromonas?, me preguntaba, como si estuviera hablando de la gripe. Yo le contestaba, invariablemente, que cuando quieres a alguien no te lo preguntas, lo sabes. Pues eso te funcionará muy bien a ti, me resplicaba ella, muy seria. Pero lo que es yo, no sé nada.

Había veces que no la aguantaba. Deseaba poder ahogarla mientras dormía, o que se ahogara ella sola, para evitarme las investigaciones y el papeleo.

En todas aquellas ocasiones en que traté de acercarme y me alejó con su frialdad, solo podía pensar que estaba siendo injusta conmigo. No había lógica ni ilógica humana que explicara sus acciones, y me mataba pensar que fuera menos que perfecta, que mi ídolo tuviera los pies de tan frágil barro.

Ahora sé que no lo hacía a propósito: estaba siendo sincera. Ella no sabía descifrar sus sensaciones; eran extrañas y nuevas como síntomas de alguna enfermedad no descrita en ningún compendio médico. La emoción de ver a alguien, la nostalgia, el dolor de perder, los experimentaba con una especie de asombro que yo en ese entonces juzgaba pura insanidad. Pero es que no la comprendía. No la comprendimos y por eso fue para nosotros la chica extraña y desapasionada que etiquetamos de común acuerdo. Trátese con cuidado, decía la etiqueta. Solo uso externo, era el chiste común a sus espaldas. Pero nunca hicimos el esfuerzo de entenderla.

¿Qué habrá pensado después, cuando la dejamos sola y cada quién emprendió su vida, llenos de esperanzas? Probablemente, que no éramos tan distintos a ella misma. Que nosotros, que habíamos dedicado horas, días, semanas, a explicarle la intensidad de nuestros sentimientos, no pudimos dedicar ni unos segundos a escucharla. Que, a fin de cuentas, no la amábamos como dijimos. Supongo que se habrá sentido menos culpable por simplemente haberse acostumbrado a nosotros y no habernos amado nunca. Pero lo olvidaba, habría sido incapaz de reconocer la culpa.



Para Reivaj, que siempre tiene una explicación razonable.

viernes, mayo 13, 2005

Intitulado

Dedicado a todos los jefazos que he tenido, en agradecimiento a todos estos años de observación científica que me han proporcionado.

Sus ocho brazos no le están sirviendo de nada. Son fuertes, sí. Están recubiertos de gruesas y protectoras escamas. Pero son tan cortos que resultan inútiles. Con ser ocho y todo. Núnak se queda quietecito un rato, pensando en los potenciales culpables. El viento, que se cola por las múltiples y estrechas entradas a su madriguera. La humedad, que quién sabe cómo se escurre por las paredes. Las ratas, que sin duda le haan dejado buena parte de sus pulgas. ¿Y de quién ha sido la idea de permitirle libre paso a las pequeñas ratas? De él mismo. Después de todo, son buenas informantes. No, Núnak no puede culpar a nadie más. Y los brazos, los benditos ocho brazos capaces de atrapar casi cualquier cosa y aplastarla sin mucho esfuerzo, ahora son inútiles.

Se arrastra un poco, irritable y dispuesto a descargar su enojo sobre el primero que aparezca. Pero el caso es que nadie aparece. Nadie es tan tonto, obviamente. Ojalá alguien se atreviera: lo sujetaría del pescuezo o lo que sea que tuviera bajo la cabeza, y apretaría hasta que...

No no no, detente un momento.

Si alguien viniera, ¿podría convencerlo de que lo ayude? Núnak casi ríe apenas formulada la idea. Se imagina a alguno de los pequeñajos que ocasionalmente le sirven de presa, acercándose a él voluntariamente, bajo la promesa de no hacerles daño. No es que piense cumplirla, pero algo de tranquilidad hay que proporcionarles.

Ahora, ¿cuánto habrá que esperar? Unos minutos, horas quizá. ¡No va a pasarse todo el día en la misma situación! De solo pensarlo, Núnak suelta un rugido que reverbera en las paredes de la cueva, y algo como el chillido de un murciélago asustado suena al fondo.

Mala idea ponerse así cuando se está tratando de atraer a la concurrencia. Está visto que nunca va a hacerse legendario por su encanto.

Vamos, vamos, que venga alguien, que venga...

Retuerce los brazos en un último esfuerzo desesperado, pero nada. El siguiente rugido no tarda mucho en llegar. ¡De qué vale ser tan poderoso y temido si no puede ni siquiera...!

Espera, un ruido.

Si bien a Núnak le falta elasticidad, no carece de oído.

Puede escuchar hasta a los aborrecibles pájaros que cantan allá afuera, lejos, muy lejos de su cueva; a los sucios insectos arrastrándose sobre las hojas y a las horrendas mariposas batiendo sus alas casi intangibles. Y algo más. Una respiración rápida y ligera, muy ligera. Un ratón.

Sí, en efecto, allí, en un rincón oscuro, un pequeño ratón que se ha quedado a dormir la siesta trata de pasar desapercibido. Mala suerte. Núnak calcula qué tono usar para tranquilizarlo. Y se sorprende a sí mismo cuando en vez de sus gruñidos habituales logra algo tan suave que parece venir de una garganta ajena.

Acércate, le dice. Por favor. No irás a ser malo y dejarme en este trance, ¿verdad?

Y la criaturita parece hipnotizada, o quizá es que no puede creer que este que le habla tan dulcemente sea el mismo terrible Núnak de siempre. Con sedosas palabras, le está explicando que necesita su ayuda. Que si accede, tendrá su amistad eterna. La amistad de el poderoso, el inamovible.

Pero entonces, una pequeña risa de victoria anticipada, un destello en los ojos le arruina a Núnak su momento dramático, y el ratón, como si se hubiera roto la burbuja que lo retenía, decide que tal vez sea el momento de una huida rápida. Mientras que Núnak, que no en vano tiene fama de predador, se retuerce dividido entre el padecimiento y la furia. ¡Maldito ratón! ¡Y maldita su impaciencia! ¿Cómo, cuándo, dónde va a conseguir ahora alguien que quiera ayudarlo?

Y lo peor es que el muy miserable se ha escapado tan campante. Ahora, apenas se le pase el pánico, de seguro irá a contar a cuanto bicho encuentre que a él, al gran Núnak, no le alcanzan los brazos ni para rascarse su propia espalda.