- Te lo dije.
- Por favor, no.
- Te lo dije.
- Ya sé, ya sé, cállate ¿quieres?
- Te lo dije.
- ¿Serviría de algo que te recordara lo mucho que estoy lamentando ahora no haberte escuchado, Armonía?
- Cuando me pediste consejo, cuando hablé y me escuchaste, cuando me abrazaste y seguiste tu propia opinión, te advertí que no iba a hacerte esa excepción. No tengo más remedio que decir te lo dije hasta que a mí misma me den náuseas.
- ¿Podrías repetírmelo mañana? Estoy tan cansado...
- Ah no no no, levántate. Acuérdate que hicimos un trato. Tienes que acompañarme.
- Pareces policía.
- Sin arrepentimientos. Vamos.
- Deja que me quede. ¿De qué te sirvo ahora? Puedes volver por mí más tarde, prometo que te seguiré donde quieras, que haré lo que me pidas, solo déjame solo un momento, ¡no me mires así!
- Que yo sepa, has estado solo bastante tiempo. Y mira, qué bien salió todo. Me pediste una oportunidad. Te dejé a cargo. Pero si permito que esto continúe, no sé si seré capaz de encontrarte la próxima vez, ¡lo que he tenido que pasar para llegar aquí! ¿Pensaste en eso, dime?
- Armonía...
- No, perdona, eso fue innecesario. No debí reprochártelo. Yo decidí dejarte porque pensé que era lo justo que intentaras una vez por ti mismo, aunque sabía lo que nos iba a costar. Sabía lo que iba a costar ubicarte. Somos responsables ambos. Un equipo. Yo tenía el mando, y así fuimos felices mucho tiempo.
- No, espera un momento. Espera, tú creías que lo éramos. No pongo objeciones a cómo has llevado las cosas hasta ahora, de veras que has hecho un trabajo fenomenal, ¡mira cómo me he puesto yo en un instante! Pero de ahí a que me digas que todo fue felicidad... Armonía, ni siquiera tú tienes tanta generosidad como para pensar eso.
- ¿Has sido infeliz conmigo?
- ...
- Responde, anda, no voy a hacer nada.
- ¡No podía vivir así para siempre! Nuestro padre quiso que tú fueras la cabeza y yo las tripas, ¿qué piensas que se siente? No, claro, lo olvidaba, sentir no es tu especialidad. Oh- me estoy riendo de ti de nuevo, Armonía, mi hermosa Armonía, perdóname. No llores.
- No soy yo la que está llorando.
- Cierto. Cierto. Ya está, fuera lágrimas. No te ofendas, nena. No es que crea que eres insensible.
- No es que crea que eres insensato.
- ¿No? Haberlo sabido antes. Siempre he pensado que me tenías por una bestia.
- ¿Cómo podría? Eres mi hermano.
- Y yo que hasta hace poco te acusaba de no ser lo suficientemente generosa. Pero sí. Soy una bestia. He arruinado por completo la oportunidad que me diste y ahora padre estará enojado contigo. A mí, ya te imaginas, me desprecia lo suficiente como para no esperar nada mejor. Pero lo siento por ti, querida; ay, cómo se pondrá nuestro padre.
- Eso es lo de menos.
- Pero una cosa déjame decirte. Soy una bestia harta de depender. Incluso de ti, hermanita. Has sido buena influencia para alguien que no quería ser influido. ¿No te parece triste tu suerte? Toda esa sabiduría vertida en mí. Padre no fue justo conmigo, eso era de esperarse teniendo en cuenta la basura que soy. Pero no fue mucho mejor contigo, y eso sería imperdonable de no ser porque a él qué es lo que no le está permitido. ¿Sabes, hermana, lo que me dijo cuando le pregunté por qué nos había hecho esto? Ay, no lo vas a imaginar.
- No necesito imaginarlo. Lo sé, Impulso. Yo estaba ahí.
- ¿Tú estabas...?
- Levántate. Tenemos que irnos.
- ¿A dónde?
- Te dejaré la curiosidad, al menos te dará ánimos. Me basta con saberlo. Yo estaba ahí, ese día. Escuché su respuesta. Lo que dijo de ti, y de mí. Que viajando obligatoriamente juntos tú ganarías en sensatez y paciencia, y que lo malo era que tal vez a mí se me pegara algo tuyo. También entendí lo que quiso decir. No quería un hijo imperfecto a su lado. Ni una hija perfecta. No quería a nadie que lo ensombreciera. En suma, él no quiere a nadie cerca. Ven, apóyate en mí. Estás cojeando.
- Eso no es todo. Si escuchaste sabes que eso no fue todo.
- Sumado a que no quería que tú lo asesinaras mientras dormía, lo cual es comprensible dada tu habilidad para convertir casi cualquier objeto en un arma. No creas que no vi cuando rompimos la cadena, cómo afilabas uno de los eslabones en las rocas de la costa.
- Hermana...
- No necesito consuelo, eso es para ti. Sé a dónde vamos porque lo decidí el día en que ordenó que nos fuéramos.
- ¿Tú decidiste...?
- Ten cuidado con esas piedras. Estás muy lastimado. Pero no importa. Te recuperarás y volverás a caerte. Ahora que aprendiste lo que es no estar atado, dudo que me dejes acercarme con esta cadena. Yo tampoco creo que fuera justo que pasáramos tanto tiempo juntos. Si yo pudiera, te odiaría. ¿Tú me odias?
- Te digo la verdad, no me importaría perderte de vista por un buen tiempo, pero no es que te odie. Es solo que...
- Que te da asco cuánto empezamos a parecernos. Que te sorprende que pretenda desobedecer a nuestro padre y que la culpa no me esté matando. Ahora yo te soy sincera, sí perturba, pero no mata. Pero sobre todo, Impulso, te da miedo sorprenderte, porque desearías reírte y celebrar mi insubordinación, y no puedes.
- No voy a celebrar insubordinaciones que no son mías.
- Que yo supiera, antes no tenías ningún problema con eso.
- ¿Sera porque... eres Armonía y tú nunca harías eso?
- Está bien. Créelo. Quizá el golpe sacudió unos cuantos cables. No te sueltes. Va a costarnos mucho llegar.
- ¿A dónde vamos?
- A casa.
- ¿A...? De acuerdo. Ahora sí lo he oído todo. Déjame, déjame en el suelo. Prefiero quedarme aquí. Bonita rebeldía la tuya. De vuelta con papá. Pues por mí regrésate sola, que yo prefiero el polvo y las piedras.
- ¿Y la piel cayéndose de tus rodillas?
- ¡Lárgate! Yo... Pero ¿qué haces? ¡Suéltame! ¡Soy más fuerte que tú! ¡Prometo que voy a lastimarte, suéltame!
- No eres más fuerte, no puedes lastimarme y no voy a soltarte. Vamos a casa, te digo. No tienes que entrar en histeria.
- ¡Mi brazo!
- Lo siento. ¿Vendrás conmigo? ¿Sí? Sé un buen chico. Verás, no hay nada que temer en casa porque padre no está.
- Oh. ¿El kit telepático entró en funcionamiento?
- No necesito telepatía para saber que no estará. O me corrijo, estará, solo que no en condiciones de vernos.
- La verdad yo me estoy cansando de este jueguito de adivinanzas, ¿cuál es tu plan? ¿Dónde está padre que no puede vernos? ¿Ah?
- En la terraza. Donde lo dejé la última vez que nos vimos.
- ¡No nos despedimos en la terraza! A mí me echó al patio y se fue, y luego te sacaron a ti para ponernos la cadena!
- Yo lo vi antes. En la terraza. Padre fue afortunado. Se libró de una deshonrosa muerte a manos de un hijo lunático. Murió a manos de una hija más astuta que él. Buen fin para un filósofo, ¿no crees? No pongas esa cara. Te he librado de hacerlo tú mismo, con la desventaja de que no hubieras empleado un gramo de sutileza y ahora tus huesos estarían blanqueándose al pie de algún árbol. ¿Quién va a dudar de nosotros ahora? Volveremos. Encontraremos su cuerpo. Haremos funerales. Tú serás el nuevo amo, y no tendrás que verme en tu vida. Solo te pido una cosa. Cuando tengas hijos, jamás los dejes salir al jardín, así no tendrás que enseñarles a diferenciar entre las plantas benignas y las venenosas.
lunes, agosto 22, 2005
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
Publicar un comentario