martes, octubre 25, 2005

Arcadia

Era esa historia del pirata que no podía volver jamás a su patria, ¿sí?, y yo la veía desde hacía no sé cuánto tiempo. Sabía todo lo que había que saber de ella, cuándo aparecía cuál personaje, qué iban a decir, los cabos que quedaban sueltos, cómo ondeaba la bandera cuando daban la orden de zarpar, y las caras tristes de la tripulación porque sabían que nunca, nunca iban a poder quedarse mucho tiempo en un solo lugar. Él lo sabía, el capitán, digo, sabía que ellos estaban tristes aunque no le dijeran nada, porque él se sentía igual, solo que los héroes no pueden ponerse a ostentar sentimientos nada más porque sí, hay momentos para ser emotivos, y momentos para dirigir el timón y decirle a los otros, como si nada pasara, que por qué tanta espera, que si no se acuerdan de lo que hay que hacer. Y ellos se acuerdan, sí, y permanecen un segundo, medio segundo más aferrados a la baranda y después se dan la vuelta rápidamente, decididos y aquí nada ha pasado, capitán, mire que todo está controlado.

Pero ¿quién tiene realmente el control de esa enorme nave descerebrada? ¿Quién le dice a ella lo que tiene que hacer? Cada quien controla nada más un hilito, su propio metro cuadrado, y fuera de eso nada. Creen que todo está bien, que cada uno pone lo suyo y así la enorme maquinaria y su aún más enorme envoltura de acero y madera se mueve para donde le indiquen. ¿Y qué tal si no? ¿Qué tal si es ella la que les está devolviendo el favor, agradecida por cada vez que infestan sus camarotes, su puente, su enorme vientre vacío, y hablan, y las voces reverberan en las paredes y vuelan por encima de las olas, y se marean y se encierran y piensan, o se quedan con la mirada perdida quién sabe dónde, y ella se siente importante y acompañada, y algunas veces de tanto buscar para dónde miran esos ojos, hasta le parece que también ella tiene un propósito.

Mira qué nave tan sentimental, ponerse a imitar a los humanos que le caminan por encima y por dentro, como si esas criaturitas frágiles en comparación con ella misma tuvieran algo que mostrarle, algo que se les pudiera envidiar. Tarde o temprano, uno desaparece, y otro, y otro más. Se van quedando, sea porque quieren o porque ya no pueden más. Y por un momento ella se pregunta si allá se queda un poco de esa meta que anda buscando, pero entonces aparece uno nuevo, y sea quien sea trae su propia mirada, más o menos lúcida, más o menos pesimista, y la nave que no quiere quedarse vacía se queda mirando entre esos ojos y ese vacío, imitando una ansiedad que, si tuviera tiempo de pensarlo, no se diferencia mucho de la suya.

No hay comentarios.: