
Pero ¿quién tiene realmente el control de esa enorme nave descerebrada? ¿Quién le dice a ella lo que tiene que hacer? Cada quien controla nada más un hilito, su propio metro cuadrado, y fuera de eso nada. Creen que todo está bien, que cada uno pone lo suyo y así la enorme maquinaria y su aún más enorme envoltura de acero y madera se mueve para donde le indiquen. ¿Y qué tal si no? ¿Qué tal si es ella la que les está devolviendo el favor, agradecida por cada vez que infestan sus camarotes, su puente, su enorme vientre vacío, y hablan, y las voces reverberan en las paredes y vuelan por encima de las olas, y se marean y se encierran y piensan, o se quedan con la mirada perdida quién sabe dónde, y ella se siente importante y acompañada, y algunas veces de tanto buscar para dónde miran esos ojos, hasta le parece que también ella tiene un propósito.
Mira qué nave tan sentimental, ponerse a imitar a los humanos que le caminan por encima y por dentro, como si esas criaturitas frágiles en comparación con ella misma tuvieran algo que mostrarle, algo que se les pudiera envidiar. Tarde o temprano, uno desaparece, y otro, y otro más. Se van quedando, sea porque quieren o porque ya no pueden más. Y por un momento ella se pregunta si allá se queda un poco de esa meta que anda buscando, pero entonces aparece uno nuevo, y sea quien sea trae su propia mirada, más o menos lúcida, más o menos pesimista, y la nave que no quiere quedarse vacía se queda mirando entre esos ojos y ese vacío, imitando una ansiedad que, si tuviera tiempo de pensarlo, no se diferencia mucho de la suya.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario