- ¿A dónde vamos, capitán?
- No preguntes. ¿Terminaste ya de recoger las cuerdas?
- Sí. Pero, ¿a dónde vamos?
- ¿De qué te serviría saber?
- Estaría listo. Sabría si es frío o cálido. Si debo esperar hospitalidad, o llevar mi armadura. Si habrá dónde comprar chicles o mejor voy guardando comida. Si llevo los zapatos todo terreno, o basta con un par de...
- Hagas lo que hagas no vas a estar preparado. Y lo que más te conviene ahora, lo que más te serviría es no saber nada. Así, todo lo que veas te sorprenderá. Todo será nuevo e inesperado, y te crecerán los ojos de tanto mirar. No vas a conocer el aburrimiento, ni la certeza. Vas a aprender a esperar.
- Verás, en ese caso no creo que dure mucho, porque con el mismo asombro ante cielos verdes y flores de agua, entraría sin saberlo en el terreno de una fiera desconocida y adiós Pascual, gusto en verte. ¿Y qué va a quedar entonces de mi sorpresa? Ni las migajas.
- Guarda silencio. No has entendido nada de lo que te he dicho. Tu impaciencia de criatura joven te hace el candidato perfecto a la aventura.
- Y a la desventura.
- Y a la desventura. Pero ¿qué haces ahí parado mirando la costa? ¿No te has despedido ya? ¿Tienes contigo todo lo que vas a llevar?
- Pues para ti ya son muchas preguntas, ¿no capitán? Que si miro la costa, ¡como si fuera a volverla a ver en toda mi vida! ¿De quién me voy a despedir? Tú y yo vamos conmigo. Y como gracias a tus sabios consejos no tengo idea de lo que he de llevar, mejor me llevo rápido a mí mismo, antes de que me arrepienta.
- ¿Te arrepentirías? ¿Me abandonarías en el viaje?
- Sigues preguntando. ¿Tengo opciones? He de partir porque lo dices, y porque vas. No sé qué esperas encontrar, o qué quieres que encuentre, pero allá vamos. Me asombraré y me caeré; me echaré a perder y me recuperaré; daré vueltas sin llegar a ningún lado y, algún día, creeré que, oh, me he hallado a mí mismo aunque siga siendo el de siempre. Voy porque no sabría quedarme solo, y porque no en vano me has heredado la curiosidad. Yo también quiero saber lo que pasa. Solo que me gustaría descubrir un poquito ahora, antes de poner el pie en la trampa.
- Es apenas justo. Podría decírtelo. Podrías saber, pero entonces ya no querrías. Y es necesario que vayas. No sabes tú mismo cuánto lo deseas, ni quién serás cuando vuelvas aquí. Te aterraría cuanto te dijera. Y preferirías, quizá, quedarte aquí solo. No, no lo harías. Te tendría dividido entre lo uno y lo otro, y entonces nunca volverías a estar entero. Has de ir. No hay otra forma.
- Y si no la hay, ¿podrías irme adelantando algo, ya que las cuerdas están sueltas, la costa ya no se divisa, y ni siquiera el olor de mi antiguo hogar me llega a las narices? Quiero olvidarlo pronto, y no tengo más en qué pensar si no es a dónde voy.
- ¿Tienes miedo?
- Sí lo tengo. No soy como tú. Cualquier cosa puede pasarme. Y no tengo porque la imaginación anda suelta y puedo pensar en este mismo momento en las peores cosas que me pueden pasar. ¿Cómo evitarlas? No lo sé. El miedo no me prepara. Quizá me dé fuerzas en el momento indicado, pero ahora me las quita. Y entonces tengo y no tengo miedo.
- Podemos regresar, si quieres. Olvidar el viaje, y lo que verías.
- No. Ya no podemos. Estamos demasiado lejos y a esta distancia ya sé que quiero ir, y que quiero descubrirlo todo. Cuéntame mejor qué haré cuando me canse, cuando me aburra, ¿o es tan maravilloso ese mundo al que vamos? No lo creo. Podrías empezar por decirme que, cuando lleguemos, vas a abandonarme. Que al poco me olvidaré de ti, y quizá un día ya no sepa cómo eras. No me acordaré de tu cara, ni de tu risa, ni de tus palabras. Pensaré que fuiste un sueño de una vida anterior, y seguiré preguntándome para qué fui hasta allá. Cómo llegué. Soñaré contigo, y te reinventaré cuando de veras te extrañe. Pero no serás tú.
¿No me dices nada? Ahora sé que vas a dejarme. Sabes, si quieres detén todo ahora. Puedo bajarme. Desde aquí iré solo.
- ¿Eso crees?
- A menos que me dijeras lo contrario... Pero no. Si vinieras conmigo seguirías siendo el capitán. Todo lo hallarías tú, el mérito sería todo tuyo. Y hoy dejas de serlo. No sé hasta cuándo. Hasta que nos veamos, capitán. Podríamos habernos quedado, tú y yo, en nuestra costa, con mis preguntas y tus respuestas. Ahora yo estoy respondiendo, y tú callas. ¿Estás orgulloso, capitán? ¿Capitán? Epa... no me has dejado ni las cuerdas.
miércoles, agosto 17, 2005
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario