martes, febrero 13, 2007

Tanathos

Montero no es el mejor médico legal del departamento, al lado de Burneo este man no debería atreverse a abrir la boca, por ejemplo, pero en cambio nadie más le encuentra tanto gusto a ese oficio como para dedicarse a él incluso los fines de semana. Si llegas un domingo, encuentras a Montero equipado con todo y desayuno, listo para atender a los inspectores, a los reporteros, a quien sea, para describir con pelos y señales lo de los muertos del caso Canteras.

El estómago de Montero debe ser capaz de digerir las piedras, si es capaz de dejar pasar las cochinas mentiras que se inventa cuando ya no sabe qué más decir.

Si le dijeras, Monterín, las balas no pueden haberle entrado por el pecho, o no estuviera caído de espaldas, te manda a preguntarle a toda esa sarta de mangajos de oficina qué mismo es que les están enseñando en las universidades, y luego se ríe enseñando todas las muelas, en un despliegue de pedantería criolla. Montero sabe que allí en el tanatorio manda él, básicamente porque no encontrarías a nadie dispuesto a reemplazarlo.

Montero es un tipo que, si te lo encontraras por la calle, te parecería vulgar, pero inofensivo. Claro que si cruzaras sin mirar el semáforo, o te pusieras de frente a un conductor agresivo, bien podría ser que en cosa de minutos te lleven ante su presencia, y de repente fuera él mismo el encargado de llenar lo que quedara de ti de incisiones, de remendarte luego, y de llenar el crucigrama de tachones mientras tú te pones frío en alguna de las gavetas de su despacho.

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