- Oh, quién me diera una voz, un espacio, una audiencia...
- Creo que eso ya lo tienes.
- Elaboremos. Oh, quien me diera un amigo, un motivo de risa, un abrazo...
- Adivina qué. También está en la lista.
- Rayos. Quién me diera un nombre, un gusto, una perspectiva...
- Ídem.
- Caramba que lo tenemos todo. A este paso voy a tener que creerme afortunado, ¿y qué va a ser de mi elegía?
- No tenemos todo el día. ¿Por qué no pedir un ocaso, un horizonte, un barco...
- De una vez pide la luna. No. Esto debe tener gancho. Tocar fondo. ¡Dejar al mundo en lágrimas!
- Por mi parte, ya mismo lloro.
- Ah, calla, alter ego de poca fe. Ya vas a ver. ¡Pediré una tempestad, relámpagos, un mar embravecido!
- ¿Y caminar sobre las aguas?
- Y una sola y delimitada personalidad, y cero notas al pie de página.
- Ok, ya capto. ¿Y a quién, oh yo primigenio, pedirás tanta maravilla?
- Queda a criterio del lector. Hay que dejarle algo. ¿Qué quieres, que llegue al final del texto sin nada que preguntarse?
- Dirán que fue error de continuidad.
- ¿Y... si alguno no lo entiende?
- La comisión de excusas alegará hipoglucemia, y en caso de mucha presión, responderemos que esto no es más que un hobbie.
- ...
- Y apurándose, hermano, que creo que ya nos vieron. Voy a ver cómo te los distraigo, y de paso chequeo cómo va todo allá en obras. No me esperes despierto. Ahí te dejo.
lunes, julio 17, 2006
duda
Me voy, no me voy, me he ido. ¿Quién dice que no acabo de cruzar la puerta, cerrarla, y respirarme la calle entera? Quién niega que estos pasos sean los míos y que soy yo quien se desvela. Tampoco encuentro quien me asegure lo contrario, quien marque cuántos metros me he alejado, quien atestigüe que no la he dejado intacta y sigo a su sombra, pensando en si me quedo, o me voy, si me he ido. Si me he abandonado, y en ese caso, cuál es mi nombre ahora, y qué me espera.
viernes, julio 14, 2006
vigía
Encuentro muy sospechoso que llegue justo ahora. ¿Qué estará tramando? Lo sigo, despacio, despacio, no dejemos que se dé cuenta. ¿Qué hace? Ah, busca un vaso. ¿Agua? Odia el agua. Algo pretende, lo sé. Ahora bebe. Lo sabía. de golpe, como si no quisiera sentir el sabor. Está fingiendo. Tramposo. Cree que no lo conozco. Sería mejor que no lo intentara.
Todos en esta casa creen que pueden escapar de mí. Pero sueñan. Yo, vigilo todos sus pasos. Sé dónde están. Lo que hacen. Puedo oír lo que piensan. Oh sí. Escucho caer como gotas cada idea, formar charcos, evaporarse.
Recoge un paquete. Se va. ¿A dónde? No trae las llaves. Sigue tratando de despistarme, pero no lo logrará. Regresa sin nada en las manos. Busca algo en ese rincón, mi rincón, ¡espera! No toques mi plato. Deja eso. Aléjate. Bien. Retrocede despacio. Te he visto. No creas que se me escapa nada. Soy el amo y señor de este lugar. Todos me temen. Me regreso a mi sofá, me estiro, me enrosco, me adormezco. Ya no hay más ruidos. Cierro los ojos, pero sigo alerta. Tengo que cuidar de todos ellos. Respiran, roncan, murmuran. Pero están seguros. En la mañana, alguno me acariciará la panza, y me harán homenajes, y me volveré pequeño y mimado. Pero solo durante el día.
Todos en esta casa creen que pueden escapar de mí. Pero sueñan. Yo, vigilo todos sus pasos. Sé dónde están. Lo que hacen. Puedo oír lo que piensan. Oh sí. Escucho caer como gotas cada idea, formar charcos, evaporarse.
Recoge un paquete. Se va. ¿A dónde? No trae las llaves. Sigue tratando de despistarme, pero no lo logrará. Regresa sin nada en las manos. Busca algo en ese rincón, mi rincón, ¡espera! No toques mi plato. Deja eso. Aléjate. Bien. Retrocede despacio. Te he visto. No creas que se me escapa nada. Soy el amo y señor de este lugar. Todos me temen. Me regreso a mi sofá, me estiro, me enrosco, me adormezco. Ya no hay más ruidos. Cierro los ojos, pero sigo alerta. Tengo que cuidar de todos ellos. Respiran, roncan, murmuran. Pero están seguros. En la mañana, alguno me acariciará la panza, y me harán homenajes, y me volveré pequeño y mimado. Pero solo durante el día.
miércoles, julio 05, 2006
milagroso
El viejo príncipe estaba harto. Todos lo creían tan sabio e iluminado que no tenía un momento de paz. Debía permanecer día y noche expuesto, para que cualquiera que necesitara de sus consejos pudiera acercársele. Y había tantos. No podía comer, no podía dormir, no podía beber. El viejo príncipe tenía fama de asceta, y lo que llevaba era la vida de un condenado.
Hasta que apareció un día, junto al escabel donde sus pies supuestamente descansaban, un aparato oblongo, negro y frío, orlado de gotas de distintos colores. El viejo príncipe oía para entonces la desesperante historia de un viejo mercader que no sabía si invertir todo cuanto había ganado en su último negocio, o solo las tres cuartas parte, o solo la mitad, porque no era seguro de si ganaría el doble, o el triple, o céntuple...
El viejo príncipe se agachó y recogió ese extraño objeto inanimado, y tocó uno de los múltiples ojos redondos. En ese momento, los lloros del mercador desaparecieron, aunque el hombre seguía allí, seguramente calculando su posible ganancia. Entonces el príncipe miró a su alrededor, y con una suave presión de su dedo, apagó el sol, que a diario le quemaba. Apagó las voces de los que esperaban en largas filas para pedirle ayuda. Apagó los pájaros, que armaban tanto escándalo. Apagó su nombre para que nadie se acordara de buscarlo. Y apagó, apagó, apagó uno a uno todo lo que durante días y noches lo había hecho miserable, a pesar de su corona real, y sus doradas galas.
Y luego permaneció durante largo tiempo sentado, en la oscuridad, escuchando cosas insospechadas. A las hormigas. A los gusanos. A las cigarras.
Hasta que apareció un día, junto al escabel donde sus pies supuestamente descansaban, un aparato oblongo, negro y frío, orlado de gotas de distintos colores. El viejo príncipe oía para entonces la desesperante historia de un viejo mercader que no sabía si invertir todo cuanto había ganado en su último negocio, o solo las tres cuartas parte, o solo la mitad, porque no era seguro de si ganaría el doble, o el triple, o céntuple...
El viejo príncipe se agachó y recogió ese extraño objeto inanimado, y tocó uno de los múltiples ojos redondos. En ese momento, los lloros del mercador desaparecieron, aunque el hombre seguía allí, seguramente calculando su posible ganancia. Entonces el príncipe miró a su alrededor, y con una suave presión de su dedo, apagó el sol, que a diario le quemaba. Apagó las voces de los que esperaban en largas filas para pedirle ayuda. Apagó los pájaros, que armaban tanto escándalo. Apagó su nombre para que nadie se acordara de buscarlo. Y apagó, apagó, apagó uno a uno todo lo que durante días y noches lo había hecho miserable, a pesar de su corona real, y sus doradas galas.
Y luego permaneció durante largo tiempo sentado, en la oscuridad, escuchando cosas insospechadas. A las hormigas. A los gusanos. A las cigarras.
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