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Era esa historia del pirata que no podía volver jamás a su patria, ¿sí?, y yo la veía desde hacía no sé cuánto tiempo. Sabía todo lo que había que saber de ella, cuándo aparecía cuál personaje, qué iban a decir, los cabos que quedaban sueltos, cómo ondeaba la bandera cuando daban la orden de zarpar, y las caras tristes de la tripulación porque sabían que nunca, nunca iban a poder quedarse mucho tiempo en un solo lugar. Él lo sabía, el capitán, digo, sabía que ellos estaban tristes aunque no le dijeran nada, porque él se sentía igual, solo que los héroes no pueden ponerse a ostentar sentimientos nada más porque sí, hay momentos para ser emotivos, y momentos para dirigir el timón y decirle a los otros, como si nada pasara, que por qué tanta espera, que si no se acuerdan de lo que hay que hacer. Y ellos se acuerdan, sí, y permanecen un segundo, medio segundo más aferrados a la baranda y después se dan la vuelta rápidamente, decididos y aquí nada ha pasado, capitán, mire que todo está controlado.Pero ¿quién tiene realmente el control de esa enorme nave descerebrada? ¿Quién le dice a ella lo que tiene que hacer? Cada quien controla nada más un hilito, su propio metro cuadrado, y fuera de eso nada. Creen que todo está bien, que cada uno pone lo suyo y así la enorme maquinaria y su aún más enorme envoltura de acero y madera se mueve para donde le indiquen. ¿Y qué tal si no? ¿Qué tal si es ella la que les está devolviendo el favor, agradecida por cada vez que infestan sus camarotes, su puente, su enorme vientre vacío, y hablan, y las voces reverberan en las paredes y vuelan por encima de las olas, y se marean y se encierran y piensan, o se quedan con la mirada perdida quién sabe dónde, y ella se siente importante y acompañada, y algunas veces de tanto buscar para dónde miran esos ojos, hasta le parece que también ella tiene un propósito. Mira qué nave tan sentimental, ponerse a imitar a los humanos que le caminan por encima y por dentro, como si esas criaturitas frágiles en comparación con ella misma tuvieran algo que mostrarle, algo que se les pudiera envidiar. Tarde o temprano, uno desaparece, y otro, y otro más. Se van quedando, sea porque quieren o porque ya no pueden más. Y por un momento ella se pregunta si allá se queda un poco de esa meta que anda buscando, pero entonces aparece uno nuevo, y sea quien sea trae su propia mirada, más o menos lúcida, más o menos pesimista, y la nave que no quiere quedarse vacía se queda mirando entre esos ojos y ese vacío, imitando una ansiedad que, si tuviera tiempo de pensarlo, no se diferencia mucho de la suya.
La cosa azul tiene tres estómagos. Dos de aproximadamente las mismas dimensiones, regulares, uniformes. Sobresalientes. Y el tercero tiene una pequeña entrada semioculta, parece apenas asomar entre los dos anteriores, respira penosamente, parece poco a poco estrangulado. Pero engaña. Porque su escuálida boca conduce al espacioso abismo azul, donde se oculta, ¿quién sabe qué? Cosas extrañas han salido de allí. Cosas más extrañas han entrado, y no se las ha visto reaparecer. Quién sabe si hayan encontrado su fin. Si libren entre sí terribles batallas. O si se oculten aún, adormecidas, esperando, esperando...
Una noche se me cayó una culpa debajo de la cama. Estaba tan cansada que decidí que ahí se quedaba hasta cuando hiciera limpieza. Ya no recuerdo exactamente hace cuánto fue, ni cómo llegó hasta allí. Generalmente soy muy ordenada con esas cosas. Me imagino que habrá permanecido allí la bola de días, quietecita y abrumada, esperando el escobazo final en que acabaría su vida. A la semana habrá empezado a tener ideas. De cómo escapar. De dónde irse a vivir. De qué llenarse la tripa. Muerta de hambre, muertos los escrúpulos, le crecieron las uñas hasta que fue capaz de arrastrarse, de trepar hasta zambullirse en una almohada. Y hoy, justo hoy que ya me quedaba dormida, se lanza por el hueco de mi oído y me despierta con un grito.
siempre ha sido más cómodo dejar pasar las horas de espaldas al reloj por eso no me quejo por eso digo que ha sido todo con la venia mía que no hay problema que no se resuelva si dejas pasar un par de horas sentado mirando como cae la luz de la luna o la de la lámpara de la esquina por las ventanas y eso que hay cortinas pero nada que no se pueda resolver las corro ris ras y entonces ya está tengo toda la luz que quiera me gusta más la luz por las noches porque el día como que quiere ponerme alegre y no me gusta que me digan cómo me debo sentir al menos eso que sea ocurrencia mía digo el ánimo que me voy a poner no se hagan ilusiones no voy a seguir divagando mucho porque si alguna otra teoría tengo es que si vas a perder el tiempo hazlo bien nada de planes ni reflexiones trascendentales ni tampoco el pasto de las ilusiones mira la luz y pon cara de que piensas pero no pienses nada no respires hondo deja que quepan dos horas todas las horas que quieras en un parpadeo y si algo sucede no escuches no era para ti recuerda nada que no pueda solucionarse