viernes, noviembre 05, 2004

Por ir pensando en su madre no se fijó que la luz roja cambiaba a verde. Un pitazo y una masa verde la hicieron dar un salto hacia atrás, lo cual tampoco fue muy afortunado porque chocó contra algo que tenía algo de duro y algo de blando. Lo que fuere, cayó al suelo con ella con un ruido metálico, mientras un remolino de carros pasaba a centímetros de sus piernas.

Un par de manos asomaron desde arriba, la sujetaron de los hombros y la pusieron en pie. Otro par de manos surgieron desde abajo, pidiendo ayuda. Un chico en una bicicleta, o más bien bajo ella. Pelo negro un poco largo. Camiseta negra. Muy pálido. Rodillas sangrantes. Y ella incapaz de ayudarlo.Las manos la dejaron enseguida y se fueron a levantar al chico. Para no ver la sangre miró al otro lado, y vio una camioneta verde oscuro, mal estacionada, con las direccionales parpadeando.

Mucha gente de todos lados, con los ojos enormes, ansiosos. Todos miraban al chico, que en ese momento se apoyaba en un tipo de camisa blanca.

Los dos la miraban a ella. El chico aún confundido. El tipo, exasperado. Ella entendió y se fue a sujetar al chico por el otro brazo.

- Déjelo, yo puedo con él. Suba la bicicleta a mi carro.

Agarró la bicicleta como pudo y la subió a la parte trasera de la camioneta, mientras el tipo acomodaba al muchacho en la cabina trasera.

Ella se quedó parada en la calle mientras él iba hacia la puerta del conductor. A medio camino, se paró y se volvió hacia ella.

- ¿Está lastimada?

- ... no.

- Entonces suba de una vez, tenemos que buscar dónde lo atiendan -y la llevó del brazo hasta el asiento del pasajero, la hizo sentar sin muchas contemplaciones y cerró la puerta.

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- No me hice nada. Tengo que regresar a mi casa.

El chico llevaba buen rato repitiendo eso, pero para el caso que le hacían.

- ¿Cuántos años tienes? -preguntó el de la camioneta, concentrado en la calle.

- Catorce.

- ¿Todavía lo recibirán en el hospital de niños? -volvió a preguntar, esta vez mirando de reojo a su obligada copiloto, que había permanecido muda todo el tiempo.

- Creo que sí.

- No tengo nada. Solo me raspé la rodilla. Y la mano. Llévenme a mi casa.

- Si lo llevamos al hospital, lo tendrán un buen rato sin atenderlo -decidió el tipo-. Mejor a un consultorio.

El muchacho parpadeó, y se sentó más derecho.

- Quédate tranquilo -susurró la chica. Empezaba a recuperar la calma y a compadecerse del que había llevado la peor parte-. Yo te llevo a tu casa apenas te curen.

El tipo volvió a mirarla brevemente, y ella se dio cuenta de que lo hacía con incredulidad y desdén, lo cual la enfureció inexplicablemente.

- ¿Pasa algo? -dijo, y se alegró de que su voz hubiera recuperado fuerza y el tono de desafío con la que le hablaba a todo el mundo.

El otro solo movió la cabeza.

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- No es nada -gruñó un hombrecito bajo y cuadrado, poniendo gasa sin mucha delicadeza en la mano del chico, que frunció la cara. Antes ya le había vendado la rodilla.

- Usted no es el papá -dijo con mucha desconfianza el médico, mirando de arriba a abajo al tipo, que observaba muy atento la curación.

- No -y dio dos pasos atrás, alarmado.

La chica estaba parada cerca de la puerta, incómoda pero decidida.

- Y esa no puede ser la mamá. Esta vez el doctor le sonrió desagradablemente a la chica.

- Y usted podría ser el abuelito -respondió ella, sin sonreír.

El chico, sin embargo, lo encontró muy gracioso. El doctor volvió a gruñir, el tipo pagó la cuenta y salieron los tres a la calle, caminando despacio para darle tiempo al herido.

- Yo puedo llevarlo a la casa... -empezó la chica, que no parecía estarle pidiendo permiso a nadie.

- Muy bien. Con tal que se fije por dónde van y no lo deje caer a media calle...

- ¿Qué significa eso?

- Que no puedo dejar que susted se lo lleve así nomás, después de que casi se deja matar por ir distraída.

El chico retrocedió un paso.

- No fue mi culpa.

- De acuerdo. Es culpa de sus papás por dejarla salir sola.

- ¡Atrévase a repetir eso!

- Puedo decirlo más despacio, para que me entienda.

- ¡Y también puede irse a...!

- Es tarde.

Fue lo único que dijo el muchacho, y los otros dos se callaron. Por un momento.

- Yo los llevo a los dos. Por esta vez lleguen vivos a su casa.

- Yo me voy sola.

- Usted no va a ninguna parte. Se sube en el carro o la subo.

- Quiero ver que lo intente.

- No me obligue.

- Vamos -intervino el chico. Y ella se quedó un momento como consultándole a su dignidad si podían permitirse esa concesión.

- Vamos.

Hubo silencio durante el resto del viaje, que tampoco duró demasiado.

6 comentarios:

FernanDoylet dijo...

y esto, cuando te sucedio?

Dael dijo...

No me sucedió, se me ocurrió, pero como todo, lo he dejado inconcluso.

El Manaba dijo...

Vaya que escribes muy bien, me ha encantado de principio a fin, felicitaciones por el nuevo blog.

Roberto Iza Valdés dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Roberto Iza Valdés dijo...
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Unknown dijo...

Lo del abuelito kgue de risa... pero que mal que me cayo la protagonista, tan ridicula!!!

Slds