Anoche, cuando me fui de aquí, dejé un poco de líquido en mi taza.
Eso fue aprovechado por un grupo de hormigas suicidas, cuyos cadáveres encontré hoy, flotando en dos dedos de agua.
Irresponsables. Desconsideradas.
No dejaron un adiós para sus deudos.
No dejaron ni un centavo para los gastos de la funeraria.
martes, mayo 29, 2007
sábado, mayo 26, 2007
Última estación
Desperté cuando mi frente golpeó contra algo plano (la ventana) al detenerse el bus. Alguien avisó que era la última estación. ¿La última estación de dónde? Todo el mundo se puso en pie y bajó. Tenía que imitarlos. Pero ni idea de a dónde había ido a parar.
Suelo quedarme dormida, así sea en viajes muy cortos, y eso me da vergüenza. Prefiero permanecer de pie, en los buses, y ceder el puesto a ancianas, mujeres con niños, sin niños, hombres mayores, hombres menores, con tal de evitar haciendo dándole la vuelta a la ciudad en sueños. Pero a veces, hay tantos asientos disponibles que es inevitable. Y entonces me pasa, y me siento mortificada mientras trato de recordar a dónde iba y porqué.
Caminé un par de manzanas hasta ubicarme. Había estado tratando de llegar hasta una juguetería, a comprar un regalo para la sobrina de una amiga. Era esa hora en que todavía no está totalmente oscuro, pero definitivamente queda muy poca luz de sol. Es un momento después del ocaso, y todo tiene una luz mortecina, es la peor hora del día para mí, porque usualmente me siento amodorrada y las luces de la calle y los vehículos se empiezan a encender, y no logro divisar gran cosa. Además, es la hora en que los negocios cierran, y no alcanzaría a llegar a tiempo al almacén.
Absolutamente decepcionada de mí misma, empecé a caminar. Me parecía que me tenía bien merecido el regreso a pie.
Así estaba, toda lentitud y pesadumbre, cuando algo me embistió a un costado y pronto entendí qué, a pesar de mi confusión, porque de pronto a mi lado ya no iba mi bolso, sino que alguien tiraba de él, y este de mí, por la correa que siempre llevo cruzada.
De ese modo, tuve que correr obligada unos cuantos metros, hasta que logré asentar las piernas y resistirme. No fue difícil. La persona al otro lado, que sujetaba mis pertenencias, era mucho más ligera que yo. Era un niño. Nos miramos.
¿Un niño?, me pregunté. ¿Por qué?
Nani me dice que sería capaz de pararme en el momento en que me estuvieran asesinando a preguntar cómo así, por qué razonees, y si no podríamos hablarlo con calma. Yo no sé, es solo que, cuando hay una persona al otro lado de la calle, de la línea telefónica, o del cristal, me cuesta dejar de querer saber qué le está pasando por la cabeza.
El niño parpadeó un momento y quiso retomar el impulso. Nuevamente di un par de pasos hasta ganar equilibrio, sujetar la correa y retroceder, de modo que enseguida estuvimos cada uno de un extremo del bolso, que de momento no se rompería, pero sí amenazaba con desparramar su contenido por el suelo.
- ¡Oye! -le grité, asiendo la correa con más fuerza-
- ¿Qué?
Qué. ¡Ahora esperaba que le contestase! ¡Era yo quien esperaba una respuesta! Debió notar mi indignación, debió sorprenderle, porque aflojó el bolso, que rebotó contra mis piernas.
Nos miramos un rato.
- ¿Tu mamá sabe que estás aquí?
Sin respuesta.
- ¿Será que quieres comer algo?
No debí haberlo dicho. Entrecerró los ojos, me dirigió una mirada de verdadero odio, y echó a correr.
Una parte de mí, lo sé, salió disparada detrás de él, para ver dónde iba, qué hacía, qué le pasaba.
Yo, me quedé estática, frotándome las manos adoloridas. Tenía marcas rojas de donde había estado aferrando la correa. Y el cuero del bolso tenía unas marcas circulares, como agujeros en una bola de boliche.
Me senté un poco más allá, afuera de un negocio, y revisé el contenido. Mis documentos. Mis medicamentos. Muchos papeles. Un rollo de cinta que había comprado para envolver el regalo más tarde. Algo de comida, que a esa hora ya no comería.
Todo se había hecho plenamente oscuro, justo como a mí me gustaba, y sin embargo, me sentía como si me hubiera perdido de algo.
- ¿Le han robado? -preguntó alguien. Alguien salido del local, secándose las manos en un trapo, que me miraba con interés meramente pasajero.
- No -contesté.
El alguien se quedó sin preguntas y se volvió al interior iluminado de su local.
Saqué algo de dinero, los papeles importantes, la cinta y las pastillas, y me los guardé en los bolsillos. Miré el bolso, lo dejé en el asiento, y me puse de pie.
Caminé, hasta que todo estuvo claro.
Suelo quedarme dormida, así sea en viajes muy cortos, y eso me da vergüenza. Prefiero permanecer de pie, en los buses, y ceder el puesto a ancianas, mujeres con niños, sin niños, hombres mayores, hombres menores, con tal de evitar haciendo dándole la vuelta a la ciudad en sueños. Pero a veces, hay tantos asientos disponibles que es inevitable. Y entonces me pasa, y me siento mortificada mientras trato de recordar a dónde iba y porqué.
Caminé un par de manzanas hasta ubicarme. Había estado tratando de llegar hasta una juguetería, a comprar un regalo para la sobrina de una amiga. Era esa hora en que todavía no está totalmente oscuro, pero definitivamente queda muy poca luz de sol. Es un momento después del ocaso, y todo tiene una luz mortecina, es la peor hora del día para mí, porque usualmente me siento amodorrada y las luces de la calle y los vehículos se empiezan a encender, y no logro divisar gran cosa. Además, es la hora en que los negocios cierran, y no alcanzaría a llegar a tiempo al almacén.
Absolutamente decepcionada de mí misma, empecé a caminar. Me parecía que me tenía bien merecido el regreso a pie.
Así estaba, toda lentitud y pesadumbre, cuando algo me embistió a un costado y pronto entendí qué, a pesar de mi confusión, porque de pronto a mi lado ya no iba mi bolso, sino que alguien tiraba de él, y este de mí, por la correa que siempre llevo cruzada.
De ese modo, tuve que correr obligada unos cuantos metros, hasta que logré asentar las piernas y resistirme. No fue difícil. La persona al otro lado, que sujetaba mis pertenencias, era mucho más ligera que yo. Era un niño. Nos miramos.
¿Un niño?, me pregunté. ¿Por qué?
Nani me dice que sería capaz de pararme en el momento en que me estuvieran asesinando a preguntar cómo así, por qué razonees, y si no podríamos hablarlo con calma. Yo no sé, es solo que, cuando hay una persona al otro lado de la calle, de la línea telefónica, o del cristal, me cuesta dejar de querer saber qué le está pasando por la cabeza.
El niño parpadeó un momento y quiso retomar el impulso. Nuevamente di un par de pasos hasta ganar equilibrio, sujetar la correa y retroceder, de modo que enseguida estuvimos cada uno de un extremo del bolso, que de momento no se rompería, pero sí amenazaba con desparramar su contenido por el suelo.
- ¡Oye! -le grité, asiendo la correa con más fuerza-
- ¿Qué?
Qué. ¡Ahora esperaba que le contestase! ¡Era yo quien esperaba una respuesta! Debió notar mi indignación, debió sorprenderle, porque aflojó el bolso, que rebotó contra mis piernas.
Nos miramos un rato.
- ¿Tu mamá sabe que estás aquí?
Sin respuesta.
- ¿Será que quieres comer algo?
No debí haberlo dicho. Entrecerró los ojos, me dirigió una mirada de verdadero odio, y echó a correr.
Una parte de mí, lo sé, salió disparada detrás de él, para ver dónde iba, qué hacía, qué le pasaba.
Yo, me quedé estática, frotándome las manos adoloridas. Tenía marcas rojas de donde había estado aferrando la correa. Y el cuero del bolso tenía unas marcas circulares, como agujeros en una bola de boliche.
Me senté un poco más allá, afuera de un negocio, y revisé el contenido. Mis documentos. Mis medicamentos. Muchos papeles. Un rollo de cinta que había comprado para envolver el regalo más tarde. Algo de comida, que a esa hora ya no comería.
Todo se había hecho plenamente oscuro, justo como a mí me gustaba, y sin embargo, me sentía como si me hubiera perdido de algo.
- ¿Le han robado? -preguntó alguien. Alguien salido del local, secándose las manos en un trapo, que me miraba con interés meramente pasajero.
- No -contesté.
El alguien se quedó sin preguntas y se volvió al interior iluminado de su local.
Saqué algo de dinero, los papeles importantes, la cinta y las pastillas, y me los guardé en los bolsillos. Miré el bolso, lo dejé en el asiento, y me puse de pie.
Caminé, hasta que todo estuvo claro.
Ciencia a dos manos
La ciencia es la forma en la que mueves tu mano a la hora de cepillarte los dientes, todos los días, después de cada comida, especialmente si dicha comida te gustó mucho.
De lo contrario, tendrías que volver a realizar el procedimiento para ver en qué hubo error.
A nadie le gusta tener que admitir sus errores. Si alguien inventara una máquina para suprimirlos, sería un gran aporte a la ciencia.
La máquina debe cumplir con las especificaciones del empaque. Por eso, no botes el empaque.
Si lo botas, puede que pieras la garantía, y luego no te andes quejando.
Porque no hay departamento de quejas en el índice previo que te dieron. No te quejes, tampoco lo creas, compruébalo.
Yo, en tu lugar, por poner un ejemplo, no creería nada de lo que he leído hasta ahora.
De lo contrario, tendrías que volver a realizar el procedimiento para ver en qué hubo error.
A nadie le gusta tener que admitir sus errores. Si alguien inventara una máquina para suprimirlos, sería un gran aporte a la ciencia.
La máquina debe cumplir con las especificaciones del empaque. Por eso, no botes el empaque.
Si lo botas, puede que pieras la garantía, y luego no te andes quejando.
Porque no hay departamento de quejas en el índice previo que te dieron. No te quejes, tampoco lo creas, compruébalo.
Yo, en tu lugar, por poner un ejemplo, no creería nada de lo que he leído hasta ahora.
trató de ser
colaboraciones,
experimento,
rossy
Suscribirse a:
Entradas (Atom)